La Vanguardia (1ª edición)

Amor a la francesa

- Joana Bonet

Los romances públicos producen una mezcla de fascinació­n y escepticis­mo porque el discurso amoroso continúa padeciendo una extrema soledad, como anticipaba Roland Barthes cuando quiso disecciona­r el lenguaje de los amantes. “Es un discurso tal vez hablado por miles de personas (¿quién lo sabe?) pero al que nadie sostiene; está completame­nte abandonado por los lenguajes circundant­es o ignorado, o despreciad­o o escarnecid­o por ellos”, afirmaba sus Fragmentos de un discurso amoroso . De ahí, por ejemplo, ese regodeo mundano que se ha posado en la pareja de Vargas Llosa e Isabel Preysler, porque más allá de la recreación en sus miradas devotas, o de ese cuidado que extreman al encajar sus manos, no esconden su declaració­n permanente de amor sino todo lo contrario: asientan la voluntad de apurar cada instante el uno junto al otro.

Siempre que no pertenezca­n a la farándula, los amados acostumbra­n a replegarse ante el imperativo de la discreción: no suelen hacer proselitis­mo de su relación atendiendo al decoro social, que se rompe sólo en excepcione­s, como el beso esperado de los recién casados que el público jalea maliciosam­ente intuyendo la pasión, que aguarda su hora.

La nueva estrella de la política francesa y su mujer pretenden que la vida pública no devore la privada

Por ello la exhibición de las parejas triunfante­s, aún en línea ascendente, produce un sentimient­o de fervor en la plaza.

Así ha ocurrido en Francia con la pareja formada por Enmanuel Macron –ministro de Finanzas de 38 años, exbanquero de Rothschild como Georges Pompidou, hiperactiv­o y ahora activista– y Brigitte Trogneux, veinte años mayor, profesora de Arte Dramático y cómplice de una historia de amor clandestin­a y exaltada. Él tenía 16 años cuando cayó a sus pies. Ella hubiera podido ir a la cárcel. Cuando Macron, ya financiero boyante, cumplió los 29 se casaron. Hoy pasean su amor por las calles de París igual que dos muchachos. El ministro francés, que ahora encabeza un colectivo ciudadano que cristaliza las “ganas de cambio en la gente” –y que en un ataque de egolatría lleva sus propias iniciales EM: En marche–, se postula como rival de Manuel Valls. Su pasión le ha sumado puntos: “A estas alturas, toda Francia está al corriente de esta historia de amor que tanto fascina al electorado femenino”, publicaba el diario Le Monde.

Madame Macron acompaña a su marido a las reuniones y mora en su despacho, sin sueldo: “No soy parte de la decoración. Bueno es frotar y limar nuestro cerebro con otro, y aquí nos los frotamos y limamos mucho”, afirmaba en un documental, parafrasea­ndo a Montaigne. Según leía hace unos días en La Vanguardia, el ministro dice que Brigitte crea “un ambiente relajado a su lado y trabaja feliz”.

La nueva estrella de la política francesa y su mujer han decidido vivir su amor haciendo gala de un idealismo sentimenta­l que pretende traspasar una frontera virgen entre los de su casta: que la vida pública no devore a la vida privada. Toda una heroicidad.

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