‘Fahrenheit 451’, versión catalana
Quemar libros es feo. Si los libros tienen contenido político y la incineración es pública y para aleccionar a la masa, quemar libros además de feo es siniestro.
El detective Pepe Carvalho, una creación literaria del añorado Manolo Vázquez Montalbán, de vez en cuando quemaba libros en la chimenea de su casa, en Vallvidrera. Perpetraba el incendio para ayudar a prender la chimenea del hogar, pero también como un gesto simbólico de condena de la mala literatura, la que tanto abunda.
Era una quema privada y con afán punitivo de tanta tontería como se escribe y edita hoy en día, cuando tantos editores ha traicionado las señas de identidad de su trabajo convirtiéndose en vendedores de papel a tanto la tonelada. Por eso se edita tanto y tan infumable, porque el negocio consiste en vender papel a peso, al margen del valor de su contenido. Carvalho luchaba contra esta tendencia incontenible, por eso su gesto quedaba justificado y podía ser hasta loable.
La payasa Empar Moliner también quema libros, obras de gran contenido ideológico, como una simulación de la Constitución española. La quemó en público, en una programa de televisión de TV3, Els matins, que aspira a ser contemplado por las masas ociosas que a media mañana de un día laborable cualquiera disponen de tiempo y ganas para sentarse frente a una pantalla de televisión.
Confieso que no asistí al evento, pero sí he podido verlo en un vídeo que circuló por las redes. Me pareció patético, me pareció ofensivo, me pareció de una pobreza conceptual penosa, pero además me pareció siniestro, porque recordé Fahrenheit 451 y porque consulté el comentario de apertura que Wikipedia –nuestra enciclopedia contemporánea– dedica a la quema de libros y que textualmente dice: “La quema de libros es la práctica, generalmente promovida por autoridades políticas o religiosas, de destruir libros u otro material escrito; está vinculada al fanatismo ideológico y suele acompañar a muchos conflictos bélicos. La práctica generalmente es pública y está motivada por objeciones morales, políticas o religiosas al material publicado. En tiempos modernos, otras formas de almacenamiento de información, como grabaciones, discos de vinilo, CD, videocasetes y páginas de internet, se han incluido dentro de esta práctica”.
Después de ver el inquietante video de la payasa Moliner, en alguna parte leí que había pedido excusas y que TV3 había retirado la flamante actuación de la versión digital de Els matins. Leí también, como escuché por radios, indignadas reivindicaciones de la perpetradora, defensas que esgrimían la libertad de expresión como bien supremo que salvaguardar y transformaban a la cómica de guardia en las mañanas de la tele pública catalana en víctima propiciatoria de la intransigencia política, ella, la que quema la Constitución.
No, yo no quiero que la censuren, ni menos que la despidan, yo sólo quiero verla una mañana cualquiera quemar en público y ante las cámaras de TV3 sus propias obras, esas que tan bien venderá ahora que llega el día de Sant Jordi.
“Quemar libros es una actividad vinculada al fanatismo ideológico y suele acompañar a muchos conflictos bélicos” (Wikipedia)