El pasaje de Aviaco
El reportero Edwin Winkels evoca la sociedad española de los años cincuenta en las personas que murieron en el accidente aéreo
El 4 de diciembre de 1958 el vuelo de la compañía de Aviación y Comercio Aviaco procedente de Santiago de Compostela se estrelló en la rodilla de la Mujer Muerta, un conjunto de montañas que recuerda a la silueta de una difunta postrada en la sierra de Guadarrama, en la provincia de Segovia, a apenas quince minutos del aeropuerto de Madrid.
Los padres de la azafata de aquel vuelo, Maribel Sastre, levantaron en el cementerio de Montjuïc un busto en su recuerdo. La imagen petrificada de aquella joven de 18 años con su uniforme, con su gorrito, fascinó hace ya una década al entonces y todavía periodista de prensa diaria, que ya se estaba reconvirtiendo en escritor de novelas, Edwin Winkels.
Winkels publica ahora de la mano de Ediciones B El último vuelo, el relato de aquellos días de finales de los años cincuenta, del truncado devenir de un montón de sueños, planes y esperanzas: la historia de aquella azafata, las aventuras del joven chileno con mal de amores que abandonó su país por puro despecho, las ilusiones de ese par de niñas que viajan a Madrid para reencontrarse con sus padres y sus hermanas cinco años después de que sus progenitores tuvieron que marcharse de casa en busca de un futuro mejor y habían ahorrado bastante para conseguir un piso con camas suficientes para todos…
Hubo un tiempo no tan lejano en que España era un país inmenso en el que la meseta se antojaba un paraje insalvable, donde a la gente no le gustaba hablar en público de política, las familias se veían obligadas a separarse para escapar del hambre y la miseria que aún arrastraba la posguerra, la gente fumaba en todas partes, la modernidad trataba de asomar la cabeza, el único teléfono a mano era el del bar de abajo, las mujeres fregaban las escaleras de otros edificios, compaginaban trabajos e hijos, caminaban siempre con los hombros hundidos por el cansancio. La aspiración de ser azafata era un gesto de liberación femenina, una inquietante rebelión contra el destino establecido…
El último vuelo es en verdad la fotografía de aquel momento histórico. Ahí reside su mayor mérito. Y en sus frases cortas, directas y claras. En su estilo sencillo, pulcro y sobrio. Sin aspavientos. Su problema, quizás, reside en que el lector sabe todo el rato que todos van a morir de una manera desgraciada, cruel e injusta. Uno lee página tras página, y poco a poco va conociendo a las pequeñas Josefa y Esther, y a sus padres… Y todo el rato sabe que jamás volverán a reencontrarse, que los cuerpos de las pequeñas se quemarán en una montaña nevada, que sus padres nunca se recuperarán de tanto dolor… A ratos, la verdad, a uno le sobra tanta angustia.
Pero la angustia, el sufrimiento y la miseria forman parte esencial de la existencia, que aquel accidente aéreo no es más que la excusa argumental del escritor holandés para llevar a cabo este ejercicio de periodismo histórico muy callejero, de contarnos cómo era la vida cotidiana de la gente de aquellos tiempos tan próximos y a tan alejados.
“Me ha gustado mucho indagar en esas cuestiones –explica Winkels–. No quería contar únicamente la historia de un accidente de avión ocurrido hace mucho tiempo. Consultando los diarios de la época, el NO-DO, muchos libros, internet… y, sobre todo, hablando mucha gente, intenté reconstruir aquellos días de plomo. Que haya salido de esta manera será también porque yo siempre he sido un periodista de calle”.
Porque Winkels fue reportero de prensa diaria durante cerca de treinta años. Hasta que en el 2012 dejó la redacción de El Periódico de Catalunya, cambió el chip, el ritmo, la perspectiva. “La vida de la gente común siempre me ha interesado mucho más que los relatos globales u opiniones de los que mandan. Como periodista tuve que informar sobre muchos desastres, accidentes, atentados… Y siempre me centré en cómo afectaban a la vida de la gente normal y corriente”.
‘El último vuelo’ es un ejercicio literario que combina periodismo histórico y de calle