Italia recuperará los cadáveres del peor naufragio de inmigrantes
El barco se hundió hace un año al norte de Libia y puede contener aún 600 cuerpos
Es una cuestión de orgullo nacional, que al premier Matteo Renzi preocupa mucho, y de mostrar al mundo que Italia trata con dignidad a los inmigrantes, incluso después de muertos. Justo cuando ha pasado un año de la tragedia, han empezado las complejas operaciones para sacar a flote el barco que se hundió a 85 millas a nordeste de Libia y que aún atrapa en sus bodegas a entre 400 y 600 cadáveres.
Aquel naufragio, ocurrido el 18 de abril del 2015, se considera todavía la peor desgracia habida en el gigantesco éxodo irregular de población a través del Mediterráneo durante los últimos años. Hubo 28 supervivientes. Tras el accidente se recuperaron 169 cadáveres, aunque existe la certeza de que varios centenares de personas quedaron aprisionadas en las bodegas. La nave se encuentra a unos 375 metros de profundidad.
La Marina italiana ha contratado los servicios de dos empresas especializadas en trabajos submarinos. Una de ellas es Impresub, una compañía multinacional con base en Trento. Según publicó ayer el diario turinés La Stampa, será necesario construir un armazón, situar dentro de él el barco hundido y rodearlo de una estructura que impida su desintegración cuando se eleve a la superficie. Luego será remolcado a un puerto de la OTAN en Sicilia, donde equipos especiales de los bomberos extraerán los restos humanos. En las tareas de identificación participarán médicos forenses de diversas universidades.
Es un proyecto ambicioso y muy simbólico. El objetivo es verificar la identidad de las víctimas, darles sepultura juntas, en el mismo cementerio, y erigir un monumento en su recuerdo. Después del naufragio, Renzi dijo que Italia, para ser fiel “a los siglos de civilización que tiene a sus espaldas”, tenía la obligación moral de reflotar el barco. Entonces afirmó que los trabajos costarían 15 millones de euros y expresó la esperanza de que la UE los pagara, pero si no era así, se haría cargo la propia Italia.
No están aún claras, entre tanto, las circunstancias y el balance del naufragio de una embarcación con somalíes, eritreos y etíopes a bordo, frente a la costa egipcia, el sábado pasado. Primero se habló de 400 muertos, pero no hubo confirmación oficial. Una fuente del Gobierno somalí habló de entre 200 y 300 víctimas. Luego otro portavoz mencionó un número inferior. Es difícil que llegue a saberse nunca la magnitud del accidente. Pese a la confusión sobre estos hechos, lo que sí parece seguro es que, tras el bloqueo de la ruta balcánica y la limitación de las llegadas a Grecia por el acuerdo de la UE con Turquía, el flujo volverá a ser mucho más intenso por el norte de África. El caos libio favorece vías alternativas como Alejandría, en Egipto, de donde zarpó el último barco que naufragó. De los 520 traficantes detenidos en el 2015, al menos 150 de ellos eran egipcios.
Somalia, Eritrea y Etiopía son países que se han revelado una fuente inagotable de inmigrantes y refugiados, debido a su inestabilidad y las duras condiciones de vida.
En la última tragedia, frente a Egipto, pueden haber muerto 200 personas, pero no hay datos fiables
Somalia se halla sumida en la anarquía desde 1991, con los islamistas de Al Shabab controlando buena parte del país y sometido además a una sequía implacable. En Eritrea, la independencia de Etiopía sólo ha traído dictadura, guerras y penalidades. El servicio militar obligatorio y perpetuo ha provocado un éxodo imparable. Etiopía, también víctima de la sequía, se desangra en conflictos internos y presencia de milicias armadas de países limítrofes
En un mensaje de vídeo dirigido al Servicio Jesuita para los Refugiados (JRS), que celebra el 35.º aniversario de su principal centro en Italia, el Papa pidió ayer perdón a los refugiados por “la cerrazón y la indiferencia de nuestras sociedades, que temen el cambio de vida y de mentalidad que vuestra presencia requiere, tratados como una carga, un coste, en vez de como un don”. Según Francisco, los refugiados son, en cambio, el testimonio de cómo “Dios puede transformar el mal y la injusticia de unos en un bien para todos”.