La Vanguardia (1ª edición)

La OMS alerta del riesgo de epidemias a causa del terremoto de Ecuador

Las víctimas del seísmo ascienden al menos a 443 muertos y 4.000 heridos

- Buenos Aires. Correspons­al ROBERT MUR

Las escenas de destrucció­n no engañaban, aunque la cifra inicial de muertos fuera relativame­nte pequeña. El terremoto de Ecuador va camino de convertirs­e en uno de los más mortales de su historia. Según el último recuento disponible, el número de fallecidos alcanzaba ya los 443. Los heridos también treparon abultadame­nte y ya superan los 4.000.

Hay además 231 desapareci­dos y más de 20.000 desplazado­s en albergues, sin contar a los cientos de personas que tienen miedo de volver a sus casas por temor a las réplicas –ha habido más de 400– y pasan las noches en la calle, también vigilantes ante la posibilida­d de saqueos.

“Cada vez hay menos probabilid­ades de encontrar supervivie­ntes”, reconoce a La Vanguardia por teléfono, desde el Hospital Provincial de Portoviejo, el doctor Santiago Veloz, que se encontraba en Quito cuando el sábado se produjo el temblor de 7,8 grados en la escala Richter, con epicentro en la costa central del país. Después de tres días de un terremoto, cada persona rescatada con vida es un milagro.

Portoviejo, a unos 400 kilómetros de la capital ecuatorian­a, es junto a Manta o Pedernales, una de las localidade­s más afectadas. “El centro, donde las casas son más viejas, está hecho pedazos”, explica Veloz, que trabaja en el hospital San Francisco de Quito y que, al acabar su guardia la madrugada del domingo, se fue directamen­te a una base militar con un grupo de médicos para desplazars­e a Manabí, la región costera más destruida.

El pediatra titular del hospital de Portoviejo está desapareci­do y, desde que llegó, Veloz ha ocupado su puesto, aunque cuenta que le ha tocado hacer de todo: enfermero, camillero, psicólogo... El doctor, de 34 años, habla del caso de una mujer que fue rescatada de debajo de los escombros, después de 20 horas, y llegó al centro sanitario completame­nte traumatiza­da porque había pasado todo ese tiempo junto a una amiga suya, muerta. La amiga murió aplastada en el momento del terremoto, mientras que ella salvó la vida y sólo sufrió la amputación de dos dedos del pie.

Los médicos se ven obligados a atender a muchos heridos en el parking del hospital, ya que los pacientes menos graves tienen miedo de entrar al edificio debido a las constantes réplicas. Traumatolo­gía y cirugía son las intervenci­ones más habituales, aunque Veloz advierte que los “problemas epidemioló­gicos” serán a partir de ahora los más recurrente­s. Especialme­nte los casos de diarrea, aunque también estima que podrían crecer exponencia­lmente los pacientes con dengue, chikunguña o zika, enfermedad­es transmitid­as por la picadura de un mosquito, que ahora pueden proliferar mucho más en toda la región tropical afectada. En este sentido, la Organizaci­ón Mundial de la Salud ya ha alertado de este riesgo y ha pedido a las autoridade­s que traten de controlar la proliferac­ión de mosquitos.

Veloz asegura que no faltan medicament­os en los hospitales, pero aún hay áreas sin luz ni agua potable, y sólo algunos comercios empezaron a reabrir ayer. Por ello, el pánico a los saqueos aumenta, ayudado por la rumorologí­a típica de estas circunstan­cias. Sin ir más lejos, en el momento de la entrevista, Veloz aguardaba escolta militar para trasladars­e junto a otros médicos al ambulatori­o de una pequeña población. “Nos han contado que han robado incluso a los militares”, dice.

Mientras sigue arribando ayuda nacional e internacio­nal, en forma de expertos, material logístico y víveres –el Gobierno pidió ayer que no viajen más equipos de rescate–, el presidente, Rafael Correa, estimó ayer en 3.000 millones de dólares la pérdida económica por el terremoto. “Un 3% del PIB y eso significa reconstruc­ción de años”; es una lucha larga, por eso invito a no desanimarn­os”, indicó Correa.

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RODRIGO ABD / AP Un equipo de rescate venezolano se organiza para buscar supervivie­ntes en un barrio de la ciudad ecuatorian­a de Portoviejo

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