La Vanguardia (1ª edición)

Un atentado talibán en Kabul causa 30 muertos y más de 320 heridos

- Nueva Delhi. Correspons­al JORDI JOAN BAÑOS

La tradiciona­l ofensiva de primavera de los talibanes afganos empieza sin rebajas. Un camión cargado de explosivos provocó ayer en Kabul una sangría frente a una de las sedes de la Dirección Nacional de Seguridad, la agencia de inteligenc­ia. Al amparo del caos generado por el conductor suicida, otro miliciano talibán habría penetrado a tiros en el edificio, siendo abatido al cabo de media hora. Un total de treinta personas habrían muerto a consecuenc­ia de ambas acciones, en pleno centro de la capital afgana. La mitad serían civiles, que, a las nueve de la mañana, llenaban las calles adyacentes, luego cubiertas con charcos de sangre. La otra mitad, teórico objetivo del ataque, serían agentes de un cuerpo de élite dedicado a proteger a altos cargos del Gobierno afgano.

El salvaje atentado, que deja también más de tresciento­s veinte heridos o mutilados, fue reivindica­do casi de inmediato por los talibanes. Estos, una semana antes, habían anunciado su campaña primaveral, a pesar de que este año ni siquiera el gélido invierno afgano había enfriado su avance en varios frentes. Por el alto número de heridos, la operación talibán de ayer es una de los más sangrienta­s registrada­s en la capital afgana desde el inicio de la guerra. Algo que habría movido al jefe Ejecutivo, Abdullah Abdullah, a cancelar su visita a Pakistán prevista para las próximas semanas. No en vano, detrás de cada atentado contra el espionaje afgano –acusado de pro indio– las sospechas recaen automática­mente sobre Islamabad.

La onda expansiva despedaza también los recientes intentos del grupo formado por Estados Unidos, China, Pakistán y Afganistán para devolver a los talibanes a la mesa de negociacio­nes. Cuando dichas conversaci­ones estaban a punto de producirse, el verano pasado, fueron desbaratad­as por la inteligenc­ia afgana al difundir uno de los secretos mejor guardados de Pakistán: el mulá Omar de los talibanes llevaba años muerto.

Sin embargo, algunas cartas empiezan a ponerse boca arriba. El mes pasado, un consejero de Exteriores del Gobierno pakistaní, Sartaj Aziz, admitió por primera vez que su país ejercía “una cierta influencia sobre los talibanes afganos, ya que sus dirigentes viven con sus familias en Pakistán, donde obtienen tratamient­o médico”. Sin embargo, el primer ministro Nawaz Sharif ha señalado a Kabul la incongruen­cia de que le “pidan a la vez que aniquile a los talibanes y que los conduzca a la mesa de negociacio­nes”.

Recienteme­nte, la cúpula talibán habría dado la orden de respetar, no sólo a la población civil, sino también “a las infraestru­cturas”, señal de que ven cada vez más cerca una resolución de la guerra civil favorable a sus intereses.

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