Con ilusión
Unos meses atrás, la política catalana parecía haber acelerado la historia. La tramontana de la independencia podía con todo. No se hablaba de otra cosa. Un año después, los que daban por hecho que la independencia estaba a la vuelta de la esquina; y los que se oponían frontalmente a ella, se preguntan como Jacques el fatalista “¿Sabe alguien adónde vamos?”. La aceleración independentista de la historia ha dado paso a la niebla de la historia. Los líderes de todas las tendencias continúan proclamando sus catecismos, pero la claridad ha desaparecido. Niebla. Ayer, por ejemplo, el president Puigdemont, celebrando los 100 primeros días, dijo, apelando a la prudencia y la serenidad: “No tenemos que ir siempre con la estelada. Hay un tiempo para el ruido y otro para el orden”. Los que antes rebosaban fuerza, ahora se hacen un chequeo. La música de Puigdemont no es de aceleración, sino de repliegue y recuento.
Puigdemont no se rinde. Ni tan siquiera plantea un giro estratégico: se limita a aceptar un dato electoral irrefutable del 27-S (dato que confirmaron los comicios al Congreso de final de año): el independentismo se ha musculado y ha crecido muchísimo en pocos años, pero no es suficientemente fuerte como para suscitar una verdadera tramontana. Se necesitaba una fuerza excepcional para acelerar realmente la historia y, de momento, tal fuerza no existe. Ha costado meses digerir este dato real.
Los propagandistas de aquella aceleración sentimental pasan ahora de la hegemonía retórica al lamento ucrónico (“no nos dejan plantear el referéndum, ¡pero si
La aceleración independentista de la historia ha dado paso a la niebla de la historia
lo permitieran...!”). Mientras tanto, los líderes políticos se pelean por la cuestión táctica: la discusión sobre la (im)posibilidad de que ERC y Convergència reediten el pacto de Junts pel Sí, es la típica pelea, sin épica, por el usufructo del trozo de pastel que el independentismo ha configurado. Observando a sus adversarios: menores en número y más fragmentados, el independentismo se aferra, en esta fase brumosa, a un convencimiento: en cuanto el aire sea diáfano, seguirán liderando el país. Pero esto habrá que verlo: y es que los movimientos de recomposición de la izquierda en torno a Ada Colau anuncian otros intentos de hegemonía. Ya se verá.
De momento, la niebla catalana insinúa la moraleja de “La fe y las montañas”, un cuento de Monterroso. Antiguamente, la fe movía montañas; y la gente se aficionó tanto a las creencias que las montañas se movían sin parar de un lado para otro. El desbarajuste llegó a ser enorme; tanto, que la gente acabó desconfiando de la fe y, finalmente, las montañas se quedaron quietas. Ahora –concluye Monterroso– de vez en cuando se produce un pequeño corrimiento de tierras, que provoca la muerte de los que pasaban por allí. Estos accidentes indican que alguien ha tenido un atisbo de fe. El cuento es muy pesimista. No es necesario ser tan inmovilista. Pero quizás tampoco había que dejar que la fe (llamada también ilusión) sea la única gasolina de la política y el único metro de medir la realidad.