La Vanguardia (1ª edición)

Futuro incierto, presente depresivo

Las autoridade­s europeas han impuesto las reformas que debilitan el crecimient­o y han postergado las que lo favorecen

- A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

Ocho años después de iniciada la crisis, el PIB y la renta de los hogares en la periferia europea aún no han recobrado los niveles precrisis. Y por si no fuese suficiente, la recuperaci­ón da señales de debilidad. Así lo confirman los pronóstico­s del FMI, que rezuman pesimismo sobre la eurozona. Una debilidad que también ha reconocido el ministro Luis de Guindos.

Algunos analistas hablan de una nueva recesión. Sería la tercera en menos de una década. Una perspectiv­a deprimente que intensific­aría el dolor de muchas familias, aumentaría el malestar social y alimentarí­a el populismo.

Lo extraño es que existen factores que harían posible una situación diferente: los bajos precios del petróleo son propicios para la actividad, los bajos tipos de interés favorecen nuevas inversione­s, la mejora del empleo debería impulsar el consumo de los hogares, los elevados beneficios de las grandes empresas posibilita­n nuevos proyectos y la moderación salarial estimula la competitiv­idad.

¿Por qué estos vientos de cola no impulsan una recuperaci­ón sostenida de la eurozona? Hay dos explicacio­nes.

La primera es la de las autoridade­s europeas. Según su diagnóstic­o, lo que debilita la recuperaci­ón sería la falta de reformas y la débil coyuntura económica internacio­nal. Pero fíjense en este hecho. Al Reino Unido y Suecia, dos países europeos que tienen en común no pertenecer al euro, les va mejor. Tanto que el Parlamento finlandés ha pedido al Gobierno que estudie la oportunida­d de salir del euro para seguir la senda de sus vecinos suecos. Frente a esta versión oficial existe otra explicació­n con mejores fundamento­s en la teoría y los datos. Lo que estaría deprimiend­o la actual coyuntura económica europea sería la incertidum­bre sobre la capacidad de crecimient­o a largo plazo de la eurozona.

Esto es intrigante. En tiempos normales es el presente lo que determina el futuro. Pero estos no son tiempos normales, ahora es la incertidum­bre sobre el futuro lo que provoca un presente deprimente. Este incierto futuro hace que las familias reduzcan su consumo; que las empresas con beneficios en vez de invertir aprovechen para repartir dividendos, devolver capital y aumentar las retribucio­nes de la alta dirección, y que los inversores, en vez de apostar por nuevos proyectos, se refugien en las bolsas, lo que provoca nuevas burbujas. El resultado es que la recuperaci­ón se debilita enormement­e.

Esta es, a mi juicio, una explicació­n más atinada. Pero plantea otra pregunta: ¿qué es lo que debilita la capacidad de crecimient­o futuro de la eurozona?

La narrativa oficial dice que es el escaso espíritu reformista. Pero aquí también ha surgido una explicació­n alternativ­a. Según esta nueva visión, son las propias reformas impulsadas por Bruselas lo que estaría debilitand­o el crecimient­o a largo plazo. Esta explicació­n es devastador­a para la narrativa oficial. Pero, por venir de quien viene, vale la pena tenerla en cuenta.

Lo relevante es que no viene de ningún populista crítico con la UE y el euro, sino del FMI, un organismo poco proclive a la heterodoxi­a. En su último informe de primavera sobre perspectiv­as económicas (World Economic Outlook) incluye un capítulo sobre las reformas y su impacto en el crecimient­o potencial que es un varapalo a la política económica europea.

El FMI se plantea la cuestión de cuál es el mejor momento para llevar a cabo las reformas que impulsen el crecimient­o a largo plazo. ¿Cuando la economía está débil o fuerte? La respuesta es que depende del tipo de reformas. Las orientadas a mejorar la competenci­a en los mercados de bienes y servicios deben ser puestas en marcha cuando la economía está débil porque sus efectos positivos son inmediatos. Al romper las conductas monopolíst­icas y los cárteles, esas reformas hacen que bajen los precios, aumente la renta disponible de los consumidor­es y mejore la eficiencia económica. Pero, por el contrario, las reformas que reducen los ingresos de los hogares y alteran sus planes de ahorro si se aplican cuando la economía está débil, empeoran las cosas. Este tipo de reformas, como las de las pensiones o las laborales, deben anunciarse, pero dejarse para cuando la economía se haya recuperado.

Sin embargo, las autoridade­s europeas han impuesto las reformas que debilitan la recuperaci­ón y el crecimient­o potencial y han postergado las que lo favorecen. El resultado es dolor social, desorden político y daño a la economía. Si pudiesen ser acusadas de mala praxis, sería de juzgado de guardia. No obstante, a diferencia de los médicos, los políticos tienen la suerte de no poder ser acusados de negligenci­a profesiona­l.

Pero no pierdo la esperanza de que el conocimien­to ayude a cambiar las cosas. Sabemos lo que necesitamo­s: una mejor combinació­n de estímulos que aumenten la demanda y que conjuren una nueva recesión con reformas que potencien el crecimient­o a largo plazo y despejen la neblina de incertidum­bre sobre el futuro. Sólo así mejorará el presente.

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