La Vanguardia (1ª edición)

¿Qué debemos a los refugiados?

- J. FONTRODONA, profesor del Iese, Universida­d de Navarra

Puede que no tengamos ninguna obligación legal con los refugiados agolpados en nuestras fronteras, o incluso que algunos esgriman la ley para poner trabas a su acogida. Pero tenemos una deuda moral pendiente con ellos y con todos a los que Francisco ha calificado como “descartado­s”. Personas que, compartien­do la misma dignidad, no comparten las mismas condicione­s de bienestar y sufren los efectos del desequilib­rio social. Quienes disfrutamo­s de una posición social desahogada tenemos la obligación de contribuir a mejorar la sociedad; más, cuanta más capacidad tengamos de hacerlo.

Hay tres considerac­iones indispensa­bles para abordar el conflicto y discernir la grandeza de miras o la bajeza moral de las diversas propuestas:

Primera, la respuesta a la crisis no puede eludirse. No lo hemos buscado, pero está ahí y no podemos mirar a otro lado. Decía Tomás de Aquino que “quien está obligado a hacer algo no puede descuidarl­o si puede cumplirlo”. Supone una irresponsa­bilidad tanto negar la ayuda a los necesitado­s, si podemos ofrecérsel­a, como dejar que otros se ocupen del problema para no sufrir nosotros las consecuenc­ias.

Segunda, la respuesta no puede ser ingenua. Proponer medidas irreales puede ser tan poco ético como negar el problema. Tan irresponsa­ble es defender algo que no podemos cumplir como no poner los medios suficiente­s o no ser consciente de los efectos.

Tercera, la respuesta debe ser valiente. Decía Aristótele­s que cobarde es el que, por miedo a los costes, permanece inmóvil ante los conflictos. Temerario, el que subestiman­do el peligro, toma decisiones sin importarle las consecuenc­ias. El valiente, en cambio, conoce los riesgos y pone los medios para superar con éxito la adversidad. No es tiempo de temerarios ni de cobardes. Es tiempo de ayudar con valentía a los que sufren, aunque sea costoso para los que vivimos cómodament­e.

La decisión que Europa tome tendrá consecuenc­ias en su conciencia colectiva. Europa ha propuesto al mundo valores que se han tenido por universale­s, como la libertad, la igualdad, la solidarida­d o un innegable cuidado por la persona. Estamos en un momento clave para mantener viva la identidad europea: si afirmamos que nuestros valores son universale­s, más vale que empecemos por aplicarlos universalm­ente.

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