La Vanguardia (1ª edición)

Urge guía para Sant Jordi

Me regalan una rosa..., ¿debo emocionarm­e y decir que me chiflan cuando sólo me han causado problemas?

- Joaquín Luna

Amí las flores sólo me causan problemas. Ya sé que son hermosas, huelen bien y se mueren cuando les da la gana. Y que enviadas de diez en diez te pueden indultar de una trastada. Pero... ¡qué complicada­s son las flores! –¡Hola, amigo! Yo no tengo médico de cabecera ni coach ni santa esposa, pero tengo un vendedor nocturno de flores pakistaní que me dispensa afecto, es de Punyab, se mueve por la Diagonal y tiene por costumbre saludarme con tal efusividad que no hay amiga presente que no diga después:

–¡Sí que te conoce! Debes de regalar muchas flores...

Las flores y las mujeres nunca dejan de sorprender­me. Lejos de pensar que puedo ser el último romántico del siglo XIX, un enamorado de Lahore o un noctámbulo solidario, el tono del comentario siempre suena a:

–¡Menudo pájaro! ¡Este es de los que van de flor en flor!

El caso es que aparece mi florista ambulante y se me tuercen los planes, y lo último que hago es comprarle una flor, lo que, por razones que escapan a la lógica, no altera la efusividad del siguiente saludo.

Y después está el asunto de los colores. Una vez en París, quise enviarle un ramo a una mujer casada después de una cena inolvidabl­e: traté de hablarle de boxeo a Eduardo Arroyo y no me hizo ni caso. Y digo después porque leí que las flores se envían después y no antes de la invitación, pero tampoco estaba seguro y la duda me dio la velada (suerte que me sentaron al lado de Pierrette Gargallo y hablamos de su padre y de Aragón). –¿Rojas o blancas, monsieur? Las rosas me gustan rojas o azules, pero juraría que a una mujer casada no se le envían flores rojas, de modo que puse un fajo de billetes y salí corriendo de la floristerí­a.

¡Primer Sant Jordi de la era Colau! Ya tarda el bando municipal. Espero un edicto que feminice Sant Jordi e ilumine a los despistado­s como yo, gente de buena voluntad que en cuanto hay flores de por medio nos agobiamos. De entrada: ¿debo regalar flores a todas las mujeres que aprecio? Últimament­e, observo que se llevan las rosas a granel y hay mucho espabilado que compra kilo y medio y va tirando la caña, como el que envía watsaps con la coartada del cambio de foto, un clásico del siglo XXI.

Segundo: ¿estoy llamando tonta a una mujer si le regalo una rosa aunque ella me obsequie con el último bodrio editorial, en cuyo caso el tonto soy yo?

Tercero: ¿qué hago si me regalan una rosa? Esa es otra: las mujeres regalan rosas. A mí, que me regalen una rosa, un morreo o una escapada a Luxemburgo ya me gusta, no les voy a engañar a estas alturas, pero... ¿toca emocionars­e y decir que las rosas me apasionan cuando no han hecho más que causarme problemas?

Ada Colau, alcaldesa, pescadera, florista de mi Barcelona: dime algo...

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