La Vanguardia (1ª edición)

Una red amistosa

- Jordi Balló

Serge Toubiana ha sido, hasta hace pocos meses, director de la Cinémathèq­ue Française. Con motivo del estreno entre nosotros del documental Hitchcock / Truffaut del cual él es coautor, ha sido entrevista­do por varios medios. Con Jaume Figueras, Toubiana reflexionó sobre algunos aspectos clave de cómo se construye en este momento la influencia en el cine. Hablando de Albert Serra, hacía notar la importanci­a decisiva que el cineasta catalán tenía en el ámbito cultural internacio­nal y francés en particular, y también avisaba de la necesidad de no darlo todo por ganado, porque esta influencia se debe ir construyen­do y manteniend­o.

Este es uno de los aspectos que siempre considero más admirables de gente como Toubiana, una de las personas que han sabido establecer un tejido muy fino a la hora de discernir autores, de hacernos saber cuáles eran emergentes, a los que valía la pena seguir, y de paso demostrar los instrument­os de los que se dota una comunidad cultural para preservar los que aportan algo realmente diferente. Su mérito se centra en cómo establecer este valor sin parecer que lo impone institucio­nalmente, sino dejando deslizar las opiniones, a favor de aquellos que aún no están consagrado­s. Pasados los años, estos autores sabrán reconocer este gesto de lealtad, lo que explica el respeto internacio­nal que cineastas de todo el mundo han expresado hacia su figura. En este sentido, la estrategia francesa en este campo es siempre una aportación que tener muy en cuenta, porque ha demostrado sobradamen­te saber dedicar este arsenal acumulado de confianza al objetivo de poder ensanchar los espacios de libertad creativa.

Renace entre muchos cineastas y su público el sentido de comunidad, de controlar las películas

En otra entrevista en la revista Sensacine con Paula Arantzazu Ruiz, Toubiana lanzaba al final una idea, que acababa encabezand­o el titular del artículo: que el cine actual había ganado en libertad, pero había perdido en cierto modo al público. Esta es una cuestión clave en un momento como el actual. Efectivame­nte, una de las sensacione­s más interesant­es del cine contemporá­neo es que los autores más radicales afrontan su trabajo con la conciencia de que no podrán conectarse nunca más con un público masivo, y que este corte es irreversib­le. Pero la gracia de esto es que, en lugar de quejarse a favor de una edad de oro ya irrecupera­ble, los cineastas más activos buscan estrategia­s para afrontar esta pérdida del sentido tradiciona­l del espectador indiscrimi­nado. Es por cosas así que renace entre muchos cineastas y su público el sentido de comunidad, de controlar las películas, de considerar que cada proyección es singular, de ir a festivales que se interesan por la obra, sea donde sea. Es una manera de entender la construcci­ón de la influencia de otra manera, que ya no depende de las cifras de asistencia, sino de la capacidad que tiene una obra de hacerse notar, de llegar a la gente a partir de las recomendac­iones de otros, de convertir una proyección concreta en un evento. Se trata de entender la obra fílmica como una gran red amistosa, con complicida­des de personas que viven en lugares alejados, pero que saben discernir, y proclamar, cuándo una obra en conjunto nos dice cosas nuevas.

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