Entre ir tirando y la crisis social
Luis de Guindos, el ministro de Economía, acudió la semana pasada a la asamblea del Fondo Monetario Internacional (FMI) con el casi exclusivo propósito de cerrar un nuevo pacto sobre los objetivos de déficit con el comisario europeo de Economía, Pierre Moscovici. En dos años, la disminución del recorte suma 2,3 puntos, más de 23.000 millones. Una cifra que marca la diferencia entre seguir malviviendo en una situación nada boyante o instalarse en una dramática crisis social.
El cambio de escenario era una necesidad a la vista de la realidad de la economía española, incapaz de dejar sus números rojos por debajo del 5% en el 2015, pero, también, porque en el más que probable escenario electoral del próximo mes de junio habría sido suicida para el partido del Gobierno encarar la anodina campaña de llamada al voto con un objetivo de déficit que implicaba plantearse, aunque sólo fuera en teoría, un ajuste en el año superior a los 20.000 millones de votos. La oposición habría tenido muy fácil la caricatura del programa económico de cualquier partido que defendiera esos ajustes.
Así pues, Guindos ha cumplido en Washington con la función encomendada. Pero una cosa es el escenario político y otra muy distinta el económico. Ayer, en el Congreso, el ministro de Economía explicó, con sutileza, que si la economía española estaba perdiendo velocidad no era sólo por la desaceleración china o la pérdida de vigor general de los países emergentes. También porque la propia demanda interna española es menos intensa.
El representante del Gobierno en funciones intentó restar dramatismo al empeoramiento de su diagnóstico. Entre los paliativos de los que echó mano, el propio cambio del horizonte de déficit que obligaría a un ajuste menos negativo para el crecimiento económico.
Pero la realidad es tozuda. ¿Es posible reducir 1,4 puntos de déficit creciendo menos que el año anterior sin cambios estructurales relevantes? El deseo de resumir demasiado a veces lleva a simplificar tanto los razonamientos que se desvinculan de la realidad. En el caso del déficit del 2015 se ha puesto tanto énfasis en la rebaja fiscal, sobre todo del IRPF, y la desviación de las comunidades autónomas, que se ha perdido la perspectiva global.
El grueso del desfase entre ingresos y gastos públicos en el 2015 correspondió al Estado, 25.000 millones de la propia administración más otros 17.000 de las Seguridad Social, 42.000
El nuevo escenario resta unos 23.000 millones de ajuste en dos años y aleja el escenario catastrófico El problema de la economía española es que en el 2015 apenas pudo reducir el déficit pese al cambio de ciclo
en total, contra unos 17.000 de las comunidades autónomas. Pero, además, sólo la desviación de la Seguridad Social respecto al objetivo previsto supera ampliamente el coste de la rebaja fiscal. Es la dinámica económica y financiera del conjunto del Estado lo que anda averiado y no hay motivos para pensar que en un año de menor crecimiento las cosas vayan a mejorar.
Queda el expediente de las comunidades autónomas. Parece que Cristóbal Montoro, el ministro de Hacienda, estudia la posibilidad de otorgarles cuatro décimas más de techo de déficit del nuevo margen obtenido por el Estado. Es decir, repetir el incumplido objetivo del 0,7% del 2015. En el caso de Catalunya, estos números supondrían dejar el esfuerzo de reducción de los desequilibrios en unos 4.200 millones, a los que habría que restarle la rebaja en el coste la deuda y los llamados ingresos a cuenta del sistema de financiación. Más o menos la mitad de la cantidad anterior.
Pero igual que en el caso del Estado, las cosas no parecen estar en Catalunya, ni en la mayoría de las restantes comunidades autónomas, para seguir aplicando la receta de los últimos años. En resumen, el nuevo escenario negociado por Guindos rebaja la presión sobre las cuentas del Estado y por lo tanto sobre los ciudadanos. Pero no garantiza la estabilidad de las cuentas públicas ni un crecimiento suficiente.