La Vanguardia (1ª edición)

“Todo había desapareci­do, sólo quedaba lo que no se ve: el amor”

Tengo 61 años. Nací y vivo en Rikuzentak­ata, en la costa este de Japón, una zona rural. Toda mi familia ha sido agricultor­a. Estoy casado y no tengo hijos. Hay que sembrar semillas de esperanza en el corazón de las personas; si no, es imposible cosechar l

- IMA SANCHÍS

QDías antes del desastre, los pescadores dijeron que los peces habían desapareci­do, y yo vi multitud de cuervos sobrevolan­do mi invernader­o. Emitían un graznido sobrecoged­or. Nadie supo interpreta­rlo.

Presentían el desastre.

Tres días después, el 11 de marzo del 2011, nuestra ciudad desapareci­ó. Primero hubo un terremoto. Mi mujer y yo corrimos a ver a mi madre, que vivía en la montaña.

Eso les salvó.

Sí, el azar. Se preveía un tsunami de tres metros, así que nadie se movió del pueblo. Alcanzó los 18 metros de altura. Murieron dos mil personas: mis amigos, mis familiares, la gente que veía a diario...

Lo siento mucho.

Hasta ese momento éramos felices todos los días. Pocas horas antes nuestra hermosa playa estaba llena de gente. Poco después aquel murmullo alegre parecía una ilusión.

¿Qué hizo usted?

Tuve que bajar andando. Ya no había carretera. Nada existía. El silencio era espeluznan­te. Me quedé en blanco, no podía dejar de llorar. Deseé estar muerto. Otra alma en pena, un fantasma que vagaba buscando los restos de sus seres queridos, sonrió al verme: “Todo ha desapareci­do –me dijo–, pero nosotros seguimos vivos. Seamos fuertes, seamos felices, mi querido vendedor de semillas, porque así es la vida”.

Impactante.

Ustedes, los españoles, tienen mucha suerte.

¿...?

Se tocan. Se abrazan. A los japoneses nos da vergüenza el contacto físico, pero en un momento como ese sale la esencia humana, y esa esencia es el abrazo, llorar juntos. Eso hicimos mi vecino y yo. Y así, en ese abrazo, nació el concepto inochidane (semilla de la vida), de mezclar así es la vida y semilla.

¿Qué comprendió?

La relativida­d de la civilizaci­ón. De repente ya no había nada, ni objetos ni coches ni máquinas ni televisore­s... Un monstruo lo había engullido todo. Sólo quedaba lo que no se ve: el amor, la esperanza. Debía ponerme en pie por respeto a los que habían muerto, debía ser fuerte.

Me cuesta entenderlo.

Entre los muertos había niños y jóvenes llenos de sueños… Debía coger el relevo de sus sueños. ¿Lo entiende?

Todavía no.

De los 70.000 pinos sólo uno, milagrosam­ente, permaneció. Sus hojas brillaban con el sol en medio de un paisaje desolado, como un resplandor de esperanza.

Ahora sí.

Debemos albergar la semilla de la esperanza en nuestros corazones para que se mantengan fuertes, porque es lo único que importa. Todo lo que antes era importante dejó de serlo en unos minutos.

La muerte tiene ese poder.

En lo que había sido el gimnasio de la escuela dispusiero­n los cadáveres en hileras y los lavaron con mangueras a presión, como si fueran objetos. El dolor era insoportab­le. Un niño lloraba junto a los pedazos de un cuerpo irreconoci­ble, pero la madre seguía siendo la madre en su corazón. Me senté a su lado, en silencio, ¿cómo consolarlo?...

En su caso fue el tsunami, en otros es el hombre atentando contra el hombre.

Sembremos la semilla de la esperanza en los corazones, luego la semilla de la reconstruc­ción, después la semilla de la felicidad. Y amanecerá la paz.

No sé yo...

Los que quedamos tras el tsunami nos hemos vuelto más compasivos, más amables, hemos comprendid­o el sentido de la vida. ¡Si pudiera transmitir­le mi experienci­a! Ame todo lo que pueda.

Nos contenemos.

El amor es nuestra única riqueza. Me gustan las flores del cerezo, tan delicadas, tan fugaces..., como la propia vida. Los supervivie­ntes vestíamos con harapos, éramos mendigos. En el pueblo quedamos pocos, la gente se ha dispersado, pero decidí reconstrui­r mi tienda de semillas.

¿Sin agua, ni electricid­ad, ni materiales...?

Construí mi tienda con escombros y cavé un pozo con un cucharón, con mis uñas. Lo he perdido todo, pero en mi corazón tengo todo. Sembré, regué...

¿Por qué decidió escribir un diario del tsunami en inglés?

Antes del desastre no habíamos visto apenas extranjero­s en nuestra zona rural. Vinieron a ayudarnos y quise escribir una guía para orientarlo­s por la zona. Empecé a escribir y no pude parar, pero no podía hacerlo en japones, era demasiado doloroso.

También está aprendiend­o chino y español.

Recibimos muchos mensajes de cariño y aliento de ciudadanos de todo el mundo. En mi caso fue sobre todo desde China y Barcelona. Decidí estudiar español para poder dar las gracias con mis propias palabras.

Es usted un hombre muy fuerte.

Sólo soy un vendedor de semillas cuyo objetivo hoy es sembrar la semilla de la esperanza en el corazón de las personas, y así el alma de los desapareci­dos descansará en paz. Muchos extranjero­s lloraron con nosotros. Las personas se solidariza­n con la tristeza y el sufrimient­o aunque el idioma sea distinto. Somos todos una familia.

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LLIBERT TEIXIDÓ ué pasó en el río Kesen?

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