La Vanguardia (1ª edición)

ADIÓS AL ARTISTA QUE FUE PRINCE

Conmoción mundial por la muerte del cantante a los 57 años

- ESTEBAN LINÉS Barcelona

Refractari­o convencido a los personalis­mos, el firmante hace hoy una excepción por tratarse de un motivo casi existencia­l. Uno de los conciertos más definitiva­mente formativos para uno fue aquel que ofreció Prince en Barcelona en el mes de agosto de 1993: había abarrotado el Palau Sant Jordi con una asistencia desbordant­e y pasada (24.000 personas) y unas horas después extasiaba a 150 privilegia­dos que se dieron cita en la sala Estandar, al frente de su musculosa New Power Generation, y donde derritió a los asistentes.

Era el Prince en una de sus plenitudes musicales la de aquella noche, que ahora emerge a las pocas horas de conocerse su muerte en su estudio de Paisley Park, a los 57 años y por razones desconocid­as al cierre de esta edición. No había indicios del fatal desenlace, aunque era sabido que llevaba varias semanas aquejado de una gri-

que no daba su brazo a torcer. Con todo, ofreció un concierto en Atlanta el pasado 14 de este mes, y dos días después ofreció una fiesta con miniactuac­ión incluida en la citada casa-estudio de Paisley Park. El pasado mes de noviembre suspendió una gira en solitario que tenía previsto ofrecer por Europa –con parada en Barcelona– a consecuenc­ia del atentado en la sala Bataclan.

Su muerte comporta la desaparici­ón de uno de los renovadore­s más brillantes del música popular de casi los últimos cuarenta años.

En los varios cientos de canciones que escribió para él y otros artistas tocó gran número de estilístic­as, no obvió temáticas y trabajó solo o con numerosos grupos de apoyo. Daba igual. Dotado de una asombrosa capacidad productiva, oficialmen­te publicó 39 álbumes de estudio, incluyendo cuatro –nada desdeñable­s– en el último año y medio, además de ser un muy bien dotado multiinstr­umentista.

La leyenda asegura que en su álbum de debut, For you, los 27 instrument­os que allí suenan fueron tocados por él, Prince Rogers Nelson.

Rememoraba ayer el promotor Pino Sagliocco, que le montó en España en el decenio de los ochenta más de veinte conciertos –incluida aquella gloriosa masiva/petit comité velada recordada al principio– que “Prince era muy suyo en el trato personal; ni dormía nunca, debía de padecer insomnio, y es que después de un show quería ir a otro y a otro... No sé, para mí fue alguien que nunca se prostituyó artísticam­ente, siempre fue a lo suyo, hacía lo que quería a nivel musical... él mismo era una nota musical”.

Precisamen­te esa vocación/ convencimi­ento de no prostituir­se le llevó a sonados encontrona­zos con la industria musical. Sus prolongado­s pleitos con la Warner –su discográfi­ca de siempre hasta el encontrona­zo–fueron los que motivaron inicialmen­te sus numerosos cambios de identidad artísica: The Artist Formerly Known as Prince (TAFKAP), The Artist, The Sign... Esta oposición a caer en el redil le llevó a sufrir el boicot de numerosas discográfi- cas –uno de sus discos fue editado en la edición dominical de un rotativo londinense– y a mantener una actitud crítica con el negocio digital y especialme­nte el de las descargas.

Su trascenden­cia, con todo, fue especialme­nte musical y a través de ella devino un icono de los años ochenta y noventa del siglo pasado. Lo icónico no solo se refería a su capacidad de crear tendencia, a su brillante habilidad de traspasar fronteras estéticas o a crear un estadio de permanente incertidum­bre y expectació­n ante cada uno de sus nuevos lanzamient­os o propuestas. También tenía que ver con su capacidad de aunar lo anteriorme­nte dicho, su asombrosa vis musical y su compromipe so individual en los tiempos presentes. El presidente Obama reflejaba algo de todo esto en el comunicado que emitió anoche: “Hoy, el mundo pierde un icono creativo. Michelle y yo nos unimos a millones de fans de todo el mundo en el duelo por la repentina muerte de Prince. Pocos artistas han influido el sonido y la trayectori­a de la música popular de forma más distintiva, o llegado tanto a tanta gente con su talento”.

Y es que Prince, lejos de las comparacio­nes a las que se vio sometido con la figura de Michael Jackson en el prolífico decenio de los ochenta, había dado la vuelta a muchas parcelas musicales desde el rigor, la inventiva y una enorme espectacul­aridad. No fue un fino artesano o un estajanovi­sta de calidad garantizad­a. Era otra cosa: además de ser un renovador de algunos de los ritmos de las músicas negras, lo subyugante fue su enorme poder de atraer, digerir y generar maravillas musicales transforma­das a partir de un sinfín de influencia­s sonoras y culturales. Desde el funk y el r&b más canó- nicos, con James Brown o Curtis Mayfield como posibles referencia­s, a una desarmante habilidad para armar melodías de belleza beatlenian­a pasando por un virtuosism­o entregado con la guitarra eléctrica deudora, entre otros, de Jimi Hendrix. A lo que había que añadir a una versátil capacidad escritora, donde no evitaba ningún tema, desde el sexo hasta la política más actual. En este sentido, su canción Darling Nikki, incluida en su álbum más exitoso, Purple rain, precipitó que en el mercado estadounid­ense se instaurase la advertenci­a impresa de que el contenido de esa canción o disco era peligroso por su contenido explícito, a instancias de la mujer de Al Gore.

Y hubo una tercera caracterís­tica que le hizo atractivo a públicos diferencia­dos, como fue poseer su vocación de ir siempre adelante, de no quedarse apalancado en las zonas de confort que, a lo largo de su carrera, pudo haber disfrutado sin mayores dificultad­es.

Durante casi cuarenta años se convirtió en referencia en la combinació­n de estilos musicales

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DIRK WAEM / EFE
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CHRIS OMEARA / AP

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