ADIÓS AL ARTISTA QUE FUE PRINCE
Conmoción mundial por la muerte del cantante a los 57 años
Refractario convencido a los personalismos, el firmante hace hoy una excepción por tratarse de un motivo casi existencial. Uno de los conciertos más definitivamente formativos para uno fue aquel que ofreció Prince en Barcelona en el mes de agosto de 1993: había abarrotado el Palau Sant Jordi con una asistencia desbordante y pasada (24.000 personas) y unas horas después extasiaba a 150 privilegiados que se dieron cita en la sala Estandar, al frente de su musculosa New Power Generation, y donde derritió a los asistentes.
Era el Prince en una de sus plenitudes musicales la de aquella noche, que ahora emerge a las pocas horas de conocerse su muerte en su estudio de Paisley Park, a los 57 años y por razones desconocidas al cierre de esta edición. No había indicios del fatal desenlace, aunque era sabido que llevaba varias semanas aquejado de una gri-
que no daba su brazo a torcer. Con todo, ofreció un concierto en Atlanta el pasado 14 de este mes, y dos días después ofreció una fiesta con miniactuación incluida en la citada casa-estudio de Paisley Park. El pasado mes de noviembre suspendió una gira en solitario que tenía previsto ofrecer por Europa –con parada en Barcelona– a consecuencia del atentado en la sala Bataclan.
Su muerte comporta la desaparición de uno de los renovadores más brillantes del música popular de casi los últimos cuarenta años.
En los varios cientos de canciones que escribió para él y otros artistas tocó gran número de estilísticas, no obvió temáticas y trabajó solo o con numerosos grupos de apoyo. Daba igual. Dotado de una asombrosa capacidad productiva, oficialmente publicó 39 álbumes de estudio, incluyendo cuatro –nada desdeñables– en el último año y medio, además de ser un muy bien dotado multiinstrumentista.
La leyenda asegura que en su álbum de debut, For you, los 27 instrumentos que allí suenan fueron tocados por él, Prince Rogers Nelson.
Rememoraba ayer el promotor Pino Sagliocco, que le montó en España en el decenio de los ochenta más de veinte conciertos –incluida aquella gloriosa masiva/petit comité velada recordada al principio– que “Prince era muy suyo en el trato personal; ni dormía nunca, debía de padecer insomnio, y es que después de un show quería ir a otro y a otro... No sé, para mí fue alguien que nunca se prostituyó artísticamente, siempre fue a lo suyo, hacía lo que quería a nivel musical... él mismo era una nota musical”.
Precisamente esa vocación/ convencimiento de no prostituirse le llevó a sonados encontronazos con la industria musical. Sus prolongados pleitos con la Warner –su discográfica de siempre hasta el encontronazo–fueron los que motivaron inicialmente sus numerosos cambios de identidad artísica: The Artist Formerly Known as Prince (TAFKAP), The Artist, The Sign... Esta oposición a caer en el redil le llevó a sufrir el boicot de numerosas discográfi- cas –uno de sus discos fue editado en la edición dominical de un rotativo londinense– y a mantener una actitud crítica con el negocio digital y especialmente el de las descargas.
Su trascendencia, con todo, fue especialmente musical y a través de ella devino un icono de los años ochenta y noventa del siglo pasado. Lo icónico no solo se refería a su capacidad de crear tendencia, a su brillante habilidad de traspasar fronteras estéticas o a crear un estadio de permanente incertidumbre y expectación ante cada uno de sus nuevos lanzamientos o propuestas. También tenía que ver con su capacidad de aunar lo anteriormente dicho, su asombrosa vis musical y su compromipe so individual en los tiempos presentes. El presidente Obama reflejaba algo de todo esto en el comunicado que emitió anoche: “Hoy, el mundo pierde un icono creativo. Michelle y yo nos unimos a millones de fans de todo el mundo en el duelo por la repentina muerte de Prince. Pocos artistas han influido el sonido y la trayectoria de la música popular de forma más distintiva, o llegado tanto a tanta gente con su talento”.
Y es que Prince, lejos de las comparaciones a las que se vio sometido con la figura de Michael Jackson en el prolífico decenio de los ochenta, había dado la vuelta a muchas parcelas musicales desde el rigor, la inventiva y una enorme espectacularidad. No fue un fino artesano o un estajanovista de calidad garantizada. Era otra cosa: además de ser un renovador de algunos de los ritmos de las músicas negras, lo subyugante fue su enorme poder de atraer, digerir y generar maravillas musicales transformadas a partir de un sinfín de influencias sonoras y culturales. Desde el funk y el r&b más canó- nicos, con James Brown o Curtis Mayfield como posibles referencias, a una desarmante habilidad para armar melodías de belleza beatleniana pasando por un virtuosismo entregado con la guitarra eléctrica deudora, entre otros, de Jimi Hendrix. A lo que había que añadir a una versátil capacidad escritora, donde no evitaba ningún tema, desde el sexo hasta la política más actual. En este sentido, su canción Darling Nikki, incluida en su álbum más exitoso, Purple rain, precipitó que en el mercado estadounidense se instaurase la advertencia impresa de que el contenido de esa canción o disco era peligroso por su contenido explícito, a instancias de la mujer de Al Gore.
Y hubo una tercera característica que le hizo atractivo a públicos diferenciados, como fue poseer su vocación de ir siempre adelante, de no quedarse apalancado en las zonas de confort que, a lo largo de su carrera, pudo haber disfrutado sin mayores dificultades.
Durante casi cuarenta años se convirtió en referencia en la combinación de estilos musicales