Cuando los refugiados se instalan
El periplo de los refugiados consta, para los afortunados, de cuatro etapas principales. El punto de partida, el tránsito hacia una meta, la llegada y la instalación. Partida y tránsito se hallan presentes a diario en la retina de quienes estamos dispuestos a mirar. Huida de Siria, Iraq, Libia..., recorridos por tierra y por mar, tropiezos con alambradas, expulsiones, unos pocos éxitos. La llegada de algunos a buen puerto, metafóricamente hablando, y luego la acogida e instalación no se hacen tan visibles a nuestros ojos.
En territorio español, Catalunya se muestra dispuesta a acoger hasta 4.500 refugiados y cuenta con pisos de protección social para recibirlos. A partir de este punto, surgen las acciones más cercanas y más palpables. Vivienda, trabajo, integración, temporalidad. El hecho de proporcionales un techo, cuando hay autóctonos que también lo necesitan sin que se les haya facilitado, lejos de comportar un agravio podría constituir un revulsivo para actuaciones políticas que solucionaran el acre asunto de tantos pisos vacíos. La protección de los foráneos podría servir para poner fin a la desatención de los nativos, una carambola que corregiría una iniquidad.
El segundo aspecto concierne al mercado de trabajo, partiendo de la base de que los refugiados no vienen para vivir del Estado de bienestar, cada vez más delgado para todos, sino que aspiran a encontrar empleo. Este es el asunto realmente complicado, teniendo en cuenta el 20,5% de paro español, o el 17,7% de Catalunya. ¿Cómo podrán ganarse el sustento? Es obvio que les resultará aún más dificultoso que al resto de los desempleados.
Expuesta sucintamente la perspectiva, un concepto ha de persistir intocable. Sean cuales sean las circunstancias, por encima de todo se encuentra el derecho al asilo y, en consecuencia, el deber de acoger a los exiliados. No podemos ser ahora menos generosos que en los años noventa del siglo pasado, cuando una España con unos índices de paro semejantes a los actuales recibió un mínimo de 2.500 refugiados procedentes de la guerra de los Balcanes.
Si Occidente, y nosotros en concreto, queremos vivir con dignidad, no podemos rechazar a los expulsados por las armas o por el hambre, tanto si desean instalarse permanentemente entre nosotros como si ansían regresar a sus países cuando se restablezca la paz.