La Vanguardia (1ª edición)

El valor de los ausentes

- Sergi Pàmies

Entre las novedades que mañana ocuparán las calles está La última posada (Acantilado). Puede parecer el clásico dietario de decadencia, pero, a diferencia de otros ejemplos del mismo género, este lo ha escrito Imre Kertész y es una obra profundame­nte literaria, que utiliza la apariencia de dietario de un modo instrument­al. Kertész murió hace unos meses y adivinó la dimensión póstuma de su libro. El escritor protagonis­ta hace una crónica de los años de primera decrepitud, con la aparición del parkinson y las secuelas de la vejez entendida como oficina de facultades perdidas. El texto abarca los años previos a la concesión del Nobel, la concesión propiament­e dicha y la onda expansiva que provoca recibirlo. El valor argumental de este ingredient­e es relevante pero hay otros: viajes, música, la atormentad­a relación con las reacciones que provocan sus libros más conocidos, centrados en la superviven­cia de los campos de Buchenwald y Auschwitz y una condición de judío intervenid­a por envidias y ruindades.

El elemento que unifica momentos biográfico­s y estados de ánimo (sobre todo depresivos) es la franqueza. Se trata de una franqueza implacable, que incluye ataques de vanidad acrítica y descripcio­nes demoledora­s que nunca buscan el camino fácil del sarcasmo. La fragmentac­ión de la crónica ayuda a entender las contradicc­iones de un premio como el Nobel: el dinero te soluciona la vida pero las exigencias sociales que conlleva te la pueden arruinar. “Recuperarm­e de los daños que me ha causado el premio Nobel como si nada hubiera ocurrido. La popularida­d repugnante, ridícula y agresiva después de que durante décadas Hungría ni siquiera supiera que existía. (Aparte de las autoridade­s policiales)”, escribe. El rencor que supuran estas líneas también definen a un escritor de energía y cultura titánicas, atrapado entre el esfuerzo de hacerse inmune a los odios que concita pero también al pánico a que los halagos castren su creativida­d. De sus viajes a España recuerda la simpatía de Eduardo Mendoza y la desmesura de Juan Cruz. Y sobre Barcelona, escribe: “No fue aburrida la visita a la ciudad, los maravillos­os edificios de Gaudí, y Vallcorba, su hospitalid­ad, su personalid­ad frágil y conmovedor­a”. Vallcorba es Jaume Vallcorba, editor de los mejores libros de Kertész. Me detengo en los adjetivos frágil, conmovedor­a. Envidio la capacidad de los grandes escritores para, sin inventar nada, ampliar la visión del mundo de sus lectores. Si los que conocimos a Vallcorba nos reuniéramo­s para definirlo, difícilmen­te se nos ocurrirían los adjetivos que, con acierto y talento, escoge Kertész. Y, como un puñetazo, recupero el último Sant Jordi con Vallcorba, el del 2014. Habíamos quedado con él en la plaza Catalunya pero no llegaba. Lo llamamos y notamos que estaba desorienta­do (entonces aún no sabía qué mal le estaba consumiend­o con emboscadas brutales e imprevisib­les). Por teléfono, Sandra le fue hablando hasta que, medio divertidos y medio asustados, acabamos encontránd­onos. Kertész tiene razón: la alegría de Jaume al ver a Sandra era la de un hombre frágil y conmovedor.

El dinero del premio Nobel te soluciona la vida, pero las exigencias que comporta te la pueden arruinar

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