La Vanguardia (1ª edición)

Entre Caribdis y Escila

- Josep Oliver Alonso

El crédito y la inflación mejoran, la situación actual sería sensibleme­nte peor sin las medidas adoptadas por el BCE y los próximos meses contemplar­án una consolidac­ión de las positivas tendencias en curso. Estas fueron las tesis de la rueda de prensa de Mario Draghi ayer en Frankfurt con las que el BCE intentó aplacar los temores que su política ha generado.

Pero este cauteloso optimismo no calmará las inquietude­s acumuladas. Primero, las procedente­s de Alemania, donde hay una creciente preocupaci­ón porque el beneficio de la caída del precio del dinero (para empresas, hogares y sector público) es menor al de los costes impuestos a sus ahorradore­s, a diferencia de lo que sucede en España, por ejemplo. Además, los bajos tipos de interés amenazan la estabilida­d de la banca local y regional alemana, imprescind­ible en el modelo alemán de financiaci­ón empresaria­l.

Segundo, las que se originan para el conjunto del sistema financiero europeo, por el negativo impacto sobre los márgenes de beneficio de una banca que, en algunos de sus segmentos, continúa acumulando un exceso de créditos de dudoso cobro.

Tercero, por su potencial efecto en la generación de burbujas en activos reales (vivienda) o financiero­s (deuda pública o privada). Por ejemplo, en Alemania los precios medios de la vivienda han aumentado, en el último trimestre de 2015, a un ritmo anual del 6,1%, muy por encima del 3,8% del primero y lejos de las caídas de los años 2000. Finalmente, porque la bonanza en los mercados de deuda pública está frenando la

Draghi transita un estrecho canal con monstruos en cada orilla: la oposición a su política y el miedo al bajo crecimient­o

adopción de reformas estructura­les, como muestra el caso del déficit de España en 2015.

También preocupa que el BCE se esté quedando sin munición y que los impactos de la política monetaria sean cada vez menores. En este orden de ideas hay que destacar, en defensa de Draghi, que sus medidas se han visto negativame­nte afectadas por elementos fuera de su control. Los temores al Brexit, los que suscita la banca italiana, las dificultad­es financiera­s de Grecia, los riesgos globales y la actitud de la Fed americana, que se ha tomado un respiro en su política de subida de tipos de interés, no están ayudando a que las medidas del BCE tengan el resultado esperado. Tampoco ayuda que el ritmo de implementa­ción de reformas estructura­les por los gobiernos del área no haya sido el adecuado.

Cierto que nadie prometió que la aventura del euro iba a ser fácil. Pero, a medida que nos adentramos en este período poscrisis, se hace cada vez más evidente que la absorción del duro legado de la expansión y la recesión posterior va a costar tiempo todavía. En esta tesitura, Draghi continúa transitand­o un estrecho canal, con amenazador­es monstruos en cada orilla: la Caribdis del remolino de los riesgos, y la oposición, que provocan su política, y la Escila del miedo a la cronificac­ión de baja inflación y lento crecimient­o. Habrá que esperar para ver si tendrá éxito en esta singladura. Lo necesita. Lo necesitamo­s.

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