Entre Caribdis y Escila
El crédito y la inflación mejoran, la situación actual sería sensiblemente peor sin las medidas adoptadas por el BCE y los próximos meses contemplarán una consolidación de las positivas tendencias en curso. Estas fueron las tesis de la rueda de prensa de Mario Draghi ayer en Frankfurt con las que el BCE intentó aplacar los temores que su política ha generado.
Pero este cauteloso optimismo no calmará las inquietudes acumuladas. Primero, las procedentes de Alemania, donde hay una creciente preocupación porque el beneficio de la caída del precio del dinero (para empresas, hogares y sector público) es menor al de los costes impuestos a sus ahorradores, a diferencia de lo que sucede en España, por ejemplo. Además, los bajos tipos de interés amenazan la estabilidad de la banca local y regional alemana, imprescindible en el modelo alemán de financiación empresarial.
Segundo, las que se originan para el conjunto del sistema financiero europeo, por el negativo impacto sobre los márgenes de beneficio de una banca que, en algunos de sus segmentos, continúa acumulando un exceso de créditos de dudoso cobro.
Tercero, por su potencial efecto en la generación de burbujas en activos reales (vivienda) o financieros (deuda pública o privada). Por ejemplo, en Alemania los precios medios de la vivienda han aumentado, en el último trimestre de 2015, a un ritmo anual del 6,1%, muy por encima del 3,8% del primero y lejos de las caídas de los años 2000. Finalmente, porque la bonanza en los mercados de deuda pública está frenando la
Draghi transita un estrecho canal con monstruos en cada orilla: la oposición a su política y el miedo al bajo crecimiento
adopción de reformas estructurales, como muestra el caso del déficit de España en 2015.
También preocupa que el BCE se esté quedando sin munición y que los impactos de la política monetaria sean cada vez menores. En este orden de ideas hay que destacar, en defensa de Draghi, que sus medidas se han visto negativamente afectadas por elementos fuera de su control. Los temores al Brexit, los que suscita la banca italiana, las dificultades financieras de Grecia, los riesgos globales y la actitud de la Fed americana, que se ha tomado un respiro en su política de subida de tipos de interés, no están ayudando a que las medidas del BCE tengan el resultado esperado. Tampoco ayuda que el ritmo de implementación de reformas estructurales por los gobiernos del área no haya sido el adecuado.
Cierto que nadie prometió que la aventura del euro iba a ser fácil. Pero, a medida que nos adentramos en este período poscrisis, se hace cada vez más evidente que la absorción del duro legado de la expansión y la recesión posterior va a costar tiempo todavía. En esta tesitura, Draghi continúa transitando un estrecho canal, con amenazadores monstruos en cada orilla: la Caribdis del remolino de los riesgos, y la oposición, que provocan su política, y la Escila del miedo a la cronificación de baja inflación y lento crecimiento. Habrá que esperar para ver si tendrá éxito en esta singladura. Lo necesita. Lo necesitamos.