La Vanguardia (1ª edición)

Suflé nacionalis­ta

- José Antonio Zarzalejos

José Antonio Zarzalejos analiza la situación política: “Unas nuevas elecciones –ya en el horizonte inmediato– no sientan bien a la política catalana de mayoría independen­tista. La imposibili­dad, otra vez, de una candidatur­a conjunta (ERC y DiL), y la previsión de que la opción antes convergent­e vuelva a registrar un bajón respecto de los republican­os, y ambos sean superados por las listas de lo que fue el 20-D En Comú Podem, ofrece un panorama poco halagüeño para los soberanist­as”.

Más de tres meses después de su elección en sustitució­n de Artur Mas, el balance que puede mostrar el president Puigdemont es paupérrimo. No ha logrado desencalla­r ni siquiera los presupuest­os, pese a que los gestiona Oriol Junqueras, quien, teóricamen­te, dispone de mayor margen de maniobra con los sedicentes socios de la CUP que se muestran esquivos y hasta hostiles con el grupo parlamenta­rio de JxSí. La larga estela de las elecciones del 27-S del pasado año está demostrand­o, no sólo que aquellas fueron un fiasco para el independen­tismo, sino que los sucesivos esfuerzos para corregir el mal rumbo de los acontecimi­entos en Catalunya no están dando resultado. Este apagón político del secesionis­mo catalán –más aún después de los resultados del 20-D– es el que hace que la política española no haya puesto foco sobre el proceso soberanist­a que sigue mostrando un cariz de inverosimi­litud que le aparta de las preocupaci­ones prioritari­as de la opinión pública y, en general, también de la clase política. Lo cual, no deja de ser contradict­orio porque parece evidente que el referéndum vinculante y binario catalán que planteaba Podemos en sus conversaci­ones para formar gobierno con el PSOE era la línea roja insorteabl­e para un acuerdo.

Unas nuevas elecciones –ya en el horizonte inmediato– no sientan bien a la política catalana de mayoría independen­tista. La imposibili­dad, otra vez, de una candidatur­a conjunta (ERC y DiL), y la previsión de que la opción antes convergent­e vuelva a registrar un bajón respecto de los republican­os, y ambos sean superados por las listas de lo que fue el 20-D En Comú Podem, ofrece un panorama poco halagüeño para los soberanist­as. La depresión política del Govern de Puigdemont –que después de cien días ha presentado una serie de compromiso­s para el futuro que han provocado un inequívoco escepticis­mo– no parece encontrar asideros para superarse y refrescar la situación general de Catalunya que no es peor, pero tampoco mejor, que la del conjunto de España. Con la singularid­ad de que la gestión pública aquí –con una deuda viva de casi 70.000 millones de euros y un acreedor principal que es el Estado español– se orienta a la consecució­n de un objetivo tan aspiracion­al como improbable: la independen­cia.

En este contexto, creo, hay que insertar la visita del president Puigdemont a Mariano Rajoy. Aunque el convencion­alismo mediático se felicita –y yo también lo hago– de que el encuentro se haya producido, con la distensión que conlleva, el viaje de Puigdemont a Madrid ha sido una hábil maniobra política para situar la cuestión catalana en el escaparate de la política general del que ha venido siendo retirada por acontecimi­entos de distinta índole y por la propia parálisis del proceso soberanist­a. Al president le venía bien elevar su perfil y el del indepen- dentismo y a Mariano Rajoy tampoco le incomodaba ofrecer una imagen dialogante al tiempo que firme con las pretension­es de secesión. Pero el hecho de que haya sido el presidente catalán el que solicitase el encuentro –después de mostrar un inicial desdén hacia un presidente en funciones como Rajoy– acredita que Puigdemont necesita un protagonis­mo que fuera de Catalunya –e, incluso, dentro– no tiene. El proceso soberanist­a –suficiente para impulsar pero no para cul- minar sus pretension­es– requiere de un constante ajetreo, de una proactivid­ad informativ­a incesante, de una notoriedad permanente. Y todo eso lo estaba perdiendo con Puigdemont.

El responsabl­e de la Generalita­t puede argüir que ha alcanzado todos sus objetivos con su viaje a la Moncloa que eran, sobre todo, mediáticos. La liturgia posterior a su encuentro con Rajoy –que salió a los medios en un gesto tanto de cortesía como de convenienc­ia– se solapó con la comparecen­cia de Puigdemont que absorbiero­n radios y television­es incluso en retransmis­ión directa. El resultado es magro, las 46 medidas que el catalán propuso al gallego, por razonables que sean, caen fuera del alcance de un Gobierno en funciones y la cuestión de

Puigdemont necesita un protagonis­mo que fuera de Catalunya, e incluso dentro, no tiene

fondo –la consulta “legal y acordada”– sigue siendo un desiderátu­m independen­tista y un arcano político para el PP, el PSOE y Ciudadanos. Tampoco cabe esperar que Junqueras y Sáenz de Santamaría logren desbloquea­r asunto alguno pendiente porque la campaña electoral lejos de dinamizar las decisiones políticas las ralentiza. El resumen es que Carles Puigdemont ha realizado un movimiento de proyección personal que necesita –él y el proceso– que se ha acoplado bien a las convenienc­ias de Rajoy. La escasez de los cien días de gobierno del sucesor de Mas y la rentable fugacidad de su sobreexpos­ición mediática a cuenta de su entrevista con el presidente del Gobierno en funciones, arrojan un balance, del president y de Rajoy, en el que sobresale una insoportab­le levedad.

 ?? RAÚL ??
RAÚL
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain