La Vanguardia (1ª edición)

Quijote mexicano

El mexicano Fernando del Paso elude el academicis­mo y celebra la vida, la lengua y la literatura en su discurso de agradecimi­ento del premio Cervantes

- PEDRO VALLÍN Madrid

Fernando del Paso recibe con toda la pompa de la circunstan­cia el premio Cervantes en el paraninfo de la Universida­d de Alcalá de Henares con un discurso de agradecimi­ento en el que celebra la vida y censura el poder de su país.

Era tanta la pompa (la entrega del premio Cervantes en el Paraninfo de la Universida­d de Alcalá de Henares presidido por el rey Felipe y flanqueado por el presidente Mariano Rajoy y el líder de la oposición Pedro Sánchez) y tan grande la circunstan­cia (el IV Centenario de la muerte del autor del Quijote) que Fernando del Paso (Ciudad de México, 1935) conjugó raudo su apellido y se emancipó de deberes académicos y solemnidad­es en su discurso de agradecimi­ento, se abstuvo de emprender la tan habitual singladura en las letras y las cosas de Don Miguel para dar ringorrang­o a su voz, y se limitó a celebrar la vida y abochornar al poder mexicano y su empeño por defenderse con leyes retorcidas cuando al que urge resguardo es al pueblo de aquel país, amenazado por balas legales o criminales.

“La vida ha sido bastante cuata conmigo. Quise escribir y escribí. Nunca escribí para ganar premios, pero ya ven us- tedes, aquí estoy. Quise casarme con Socorro y me casé con ella. Quisimos tener hijos y tuvimos hijos. Quisimos tener nietos y tuvimos nietos”. Celebró la vida, a pesar de su proverbial mala salud, cuyos quebrantos repasó con humorístic­a minuciosid­ad y un algo de lamento. “Desde que era muy peque y me operaron de algo que se llama adenoides hasta

Del Paso denuncia la ley mexicana que habilita a la policía a detener y disparar en las manifestac­iones

el momento actual, en que supero las secuelas, largas y dolorosas, de dos series de infartos al cerebro de carácter isquémico, he estado cuando menos quince veces en el quirófano”, y las enumeró con precisión notarial desde su silla de ruedas. La vida es más importante que las letras, por mucho que estas lo sean y tal vez por eso Fernando del Paso relató que llora, ríe, bosteza, tose y estornuda en castellano, antes de acordarse de que también lee y escribe en la misma lengua que se escribió y se leyó El Quijote. Y de apostillar que también es castellana la lengua en que sueña, una ocupación a la que dedica con placer más tiempo que a la literatura, no en vano tuvo a bien referir que recibiendo la llamada que comunicaba el premio temió que fuera “la malobra de un rufián que deseaba perturbar mis buenas relaciones con Morfeo”.

Fue heterodoxo pero no descortés, e hizo la obligada glosa de sus lecturas, confirmand­o que participa, que nadie se asuste, de las devociones compartida­s por la gerontocra­cia literaria allí reunida, pero metió en su lista a otros cuyos nombres es bien poco habitual oír en tan rimbombant­es ceremonias: Fernando Savater, Arturo Pérez Reverte, Juancho Armas Marcelo, Javier Marías... ¡gente viva y sin Nobel!

Ironizó consigo mismo –“pero no vine aquí para contar mi vida y mis obras, ni para comentar mis penas”, dijo apenas terminó de hacer justamente eso– y dio mucho las gracias por un premio que si bien no cometió la torpeza de considerar excesivo, sí que lo calificó de “riesgoso, diría yo, en la medida en que juzgo como tal a mi literatura”.

Pero todo eso vino luego, porque Fernando del Paso organizó sus prioridade­s para empezar por lo importante: “Criticar a mi país en un país extranjero me da vergüenza. Pues bien, me trago esa vergüenza y aprovecho este foro internacio­nal para denunciar a los cuatro vientos la aprobación en el Estado de México (...) de una ley opresora que habilita a la policía a apresar e incluso a disparar en manifestac­iones y reuniones públicas a quienes atenten, según su criterio, contra la seguridad, el orden público, la integridad, la vida y los bienes, tanto públicos como de las personas (...). Esto pareciera tan solo el principio de un estado totalitari­o que no podemos permitir. No denunciarl­o, eso sí que me daría aún más vergüenza”. Que la literatura, decíamos, no es tan importante como la vida.

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JAVIER LIZÓN / EFE Fernando del Paso, concluyend­o la lectura de su discurso de aceptación del premio Cervantes

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