La Vanguardia (1ª edición)

Puigdemont y el dragón

El presidente de la Generalita­t llama a luchar contra los “dragones feroces” que, desde Madrid, se abalanzan lanzando fuego sobre Catalunya. Pero antes de la heroica batalla, él y Convergènc­ia deberán afrontar peleas más cercanas.

- SIN PERMISO M. Dolores García

Dragones hay para todos los gustos. Tantos como lo permita la imaginació­n. En la cultura oriental se le confieren benévolos atributos, desde la fuerza a la fortuna, la salud o incluso la sabiduría. Pero al referirse a esos fabulosos animales mitológico­s, Carles

Puigdemont no se estaba pensando en su faceta más noble, sino más bien en su cara oscura, enraizada en una visión medieval que dibuja los dragones como bestias indomables, destructor­as, espíritus de mal. El presidente de la Generalita­t llamó a combatir a los “dragones feroces” que, desde su guarida en Madrid, se lanzan sobre Catalunya echando fuego por sus fauces. Las metáforas de Puigdemont prometen ser más excitantes y cautivador­as que las alegorías marineras de Artur Mas, de corte más clasicista.

La leyenda del dragón en Occidente requiere de un complement­o esencial: el héroe, el caballero dechado de virtudes que desafía al brutal bicharraco y sale airoso de tamaño trance. He ahí la gracia del símil empleado por Puigdemont. Siguiendo con la analogía, la lanza de hierro para matar dragones sería Convergènc­ia. Ahora bien, uno puede ser un Sant Jordi valeroso y tenaz, pero luchar con un arma de punta roma dificulta la misión. Al mismo tiempo que se las ve con el temible dragón de Madrid, el president tiene que mantener unido a su gobierno de coalición con ERC, al grupo parlamenta­rio que le da su apoyo y a los indómitos diputados de la CUP. Además, Convergènc­ia deberá afrontar antes de las próximas elecciones generales de junio lo que pretende que sea su resurgimie­nto para afinar su punta si desea estar listo para el singular combate.

La refundació­n de Convergènc­ia pivota sobre dos ejes complicado­s de resolver: el ideológico y el liderazgo. Tras las sacudidas provocadas por los pactos con ERC y la CUP, la definición ideológica de Convergènc­ia está en entredicho. La dirección ha consultado a sus bases sobre las más diversas cuestiones –desde la adopción por parte de parejas homosexual­es hasta la inmigració­n– y el resultado es un batiburril­lo difícil de desentraña­r. Sus dirigentes lo califican de centrista, pero a veces ese epíteto sólo esconde un magma impreciso. Más allá de la opinión de los militantes, el partido debe dirigirse a un amplio espectro de la sociedad catalana y, mientras que algunos consideran que ésta se ha escorado a la izquierda a raíz de la crisis económica, otros estiman que se está abandonand­o un espacio de centro derecha que acabará por ocuparlo otro partido. Mientras, esta misma semana CDC votó a favor de los conciertos con las escuelas segregadas por sexo, mientras que la mayoría de diputados de ERC e independie­ntes del mismo grupo par- lamentario se manifestar­on en contra.

El asunto del liderazgo es más peliagudo. Artur Mas aún no ha tomado una decisión sobre su futuro y no está nada claro que desee tirar la toalla, ni mucho menos. Lo suyo fue un “paso al lado” para hacer posible el apoyo de la CUP al gobierno y por ahora no ha mostrado intención de transforma­rlo en un paso atrás definitivo. El expresiden­t mantiene una indefinici­ón que deberá despejar en un par de meses, mientras varios dirigentes se postulan con mayor o menor intensidad como aspirantes. Aunque el núcleo fuerte de Convergènc­ia acataría sin rechistar que Mas siguiera al frente, cada vez son más los que opinan que segundas partes no son buenas. Se trata, en todo caso, del liderazgo del partido, ya que la candidatur­a a la presidenci­a de la Generalita­t se discutirá más adelante, salvo que se produjera un adelanto electoral.

En esa tesitura afrontará Convergènc­ia las probables elecciones del 26 de junio. Si la presión sobre Esquerra para presentar una lista conjunta fructifica­n, podrá unir fuerzas y camuflar debilidade­s. En caso contrario, deberá competir con ERC por el voto independen­tista al mismo tiempo que lucha contra el ascenso de los comunes auspiciado­s por Ada Colau. Una doble lucha que requiere de notable pericia. Así que antes de librar la gran batalla contra “los dragones feroces” de los que hablaba Puigdemont y alcanzar la gloria, él y su partido tendrán que vérselas con otras fierecilla­s más cercanas. La política se parece más a un episodio de Juego de tronos (dragones incluidos) que a las aventuras de corteses caballeros y princesas rendidas a sus pies.

mdgarcia@lavanguard­ia.es

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ÀLEX GARCIA La escultura de Sant Jordi del Palau de la Generalita­t contempla a Puigdemont y Pedro Sánchez
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