La Vanguardia (1ª edición)

Hoy no existe

- Llucia Ramis

Nací un 23 de abril. Ni Shakespear­e ni Cervantes murieron de verdad ese día. Josep Pla sí, cuando cumplí cuatro años. Y Boris Yeltsin, cuando cumplí los treinta. Serrallong­a nació un 23 de abril. Y también lo hicieron Charlie Rivel, y unos cuantos premios Nobel. Y Shirley Temple, y George Steiner, y Àlex Márquez. Es efeméride de bandoleros, y payasos, y motoristas, canadiense­s pacificado­res e islandeses literatos, franceses escritores y actrices niñas. Y claro está, es san Jorge de Capadocia, el matadra-gones, soldado romano mártir, muy venerado en la edad media y en las religiones afroameric­anas y musulmanas del Oriente Medio.

El hecho de que yo naciera no tiene ninguna relevancia para el mundo, y tiene toda la importanci­a del mundo para mí. Fue a las diez menos diez de la mañana. Era sábado. Mi padre llevó a mi madre a la policlínic­a en un seisciento­s. Luego bajó un momento a comprar flores y, cuando volvió, yo ya había nacido. No le esperé. Dice que ese fue mi primer acto de rebeldía. Me rebelaría más veces, por leído y por escrito. Porque quien lee como si en ello le fuera la vida y necesita escribirlo to-

Quien lee como si en ello le fuera la vida y necesita escribirlo todo es en realidad un inconformi­sta

do es en realidad un inconformi­sta que busca el modo de entender las cosas, ya que no puede cambiarlas. La rebeldía consiste en no aceptar la realidad así como te la presentan.

Apenas recuerdo mi primer Sant Jordi en Barcelona, pero imagino que sería un clon de los demás, tantas veces recorrido y relatado desde que soy periodista: el amor de selfie, restos de suplemento­s pisoteados en el suelo, algunas rosas rotas, gente y más gente, colas frente al mediático mientras los demás no firman nada; en el centro de la ciudad, la euforia a paso de tortuga. Sí recuerdo la vez que tomé unas setas alucinógen­as con unas amigas para celebrar mi cumpleaños y, entrada la madrugada, vimos unos bloques inmensos de hielo en medio de la rambla Catalunya, ya vacía. Y yo, que soy la analítica, pensé que teníamos un flipe colectivo, mientras ellas trepaban a los bloques de hielo y se empapaban empíricame­nte la ropa.

Los días previos a Sant Jordi son siempre los de más trabajo, y el 23 me invento que todas esas fiestas que se celebran son por mí. Desde el 22 por la tarde, brindo con mucha gente sin parar. Por el curro que se ha pegado el sector, por los más vendidos y por mis treintainu­eve primaveras. Cuando todo acaba –este año en el Drac Party–, a libreros, editores, escritores, distribuid­ores, responsabl­es de prensa y periodista­s nos entra el subidón, un nuevo flipe colectivo, bailamos como locos. La noche es infinita.

Nací un 23 de abril, y cada 24 de abril estoy muerta. El día de hoy para mí no existe. Ya nadie me felicita. Me marchito como las rosas. Con los libros pasa lo mismo, nadie se acuerda de ellos. Dejan de ser protagonis­tas. Y ahí se quedan, en el sofá, algunos aún envueltos, destrozado­s por la resaca.

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