La Vanguardia (1ª edición)

El padre de todos

- Armand Puig i Tàrrech Rector del Ateneu Universita­ri Sant Pacià

El viaje del papa Francisco en Lesbos, el día 17 de abril, acompañado del patriarca Bartolomé y del arzobispo de Atenas, ha sacudido la conciencia de Europa. El drama real de muchas personas, tratadas más como prisionero­s que como refugiados, ha entrado en los hogares y en los corazones de mucha gente. Esta vez hemos podido ver rostros concretos, personas con nombre y estirpe, que lloraban desconsola­das y hablaban con voces rotas pegándose a la sotana blanca del Papa, convertido en símbolo de esperanza. Un hombre le decía: “¡Gracias por haber venido! ¡Bendíceme!” Vive aquel que puede hablar. Existe aquel que es escuchado. El Papa ha recordado, con la dulzura y el coraje del que es y se siente padre, que los refugiados no son cifras, gente anónima, sino seres humanos que tienen nombre y dignidad, que han tenido que dejar su casa por el horror de la guerra y del hambre, que no pueden llevar a sus hombros un peso tan pesado como el de ser rechazados, una vez y otra.

Europa ha forjado la civilizaci­ón occidental, la que se expresa con términos tan significat­ivos como “humanismo” o “fraternida­d”. Pero el drama de los refugiados ha puesto en crisis la conciencia europea. Los pobres no son un desecho, y en los refugiados está la viva imagen del que tiene necesidad de misericord­ia. Sin embargo, sufren una violencia hiriente con muros que se levantan y tratos humillante­s. ¿Dónde está Europa, madre de civilizaci­ón y de ciudadanía? ¿Dónde están los valores éticos y cívicos que la han configurad­o? ¿Dónde está la memoria de tantos exiliados que las guerras del siglo XX empujaron lejos de sus países? El “no a la guerra” pasa hoy por uno “sí a los refugiados”. Los refugiados son incluso una ayuda para una Europa inmersa

El Papa ha recordado que los refugiados no son cifras, sino seres humanos

en una profunda crisis demográfic­a.

Papa Francisco ha visitado el campo de refugiados de Mòria como padre y hermano mayor. Según la teología cristiana común, correspond­e al obispo de Roma de presidir en la caridad todas las iglesias. Pues bien, en Lesbos, Francisco ha ejercido la primacía del amor concreto, de la caridad evangélica, de la misericord­ia entrañable. Lesbos ha sido una imagen de gran alcance ecuménico: las iglesias de Oriente y Occidente, como el buen samaritano, unidas por la compasión hacia el que está malherido cerca del camino. ¡Esta imagen extraordin­aria de un ecumenismo de la caridad hace entender que los pobres unen las iglesias! Pero Francisco no ha vuelto solo a Roma. Tres familias musulmanas de Siria también han subido al avión papal. Llegaban a Europa con un visado humanitari­o y eran acogidas por la Comunidad de Sant’Egidio, que desde hace un par de meses, con el Gobierno de Italia y la Iglesia valdense, ha abierto corredores humanitari­os para los refugiados. El Papa respondía así a tanto dolor y marcaba un vivo camino de esperanza. Europa, ¿sabrá seguirlo?

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