Amar, comprar, leer
Una definición de literatura apunta que ésta se da cuando el autor habla de sí mismo, y el lector siente que hablan de él. Si el autor ya vive de la promoción de su propia persona, lo tiene fácil. “Es muy yo”, dice una chica refiriéndose a Risto Mejide. Se llama Belén. Lleva un buen rato en la cola infinita que hay frente a La Casa del Libro, en Rambla Catalunya. La gente se apelotona bajo los plataneros que desprenden polen, todos alzan los teléfonos para fotografiar a sus ídolos. “¿Qué se ve?”, pregunta una mujer a su marido de puntillas. “Nada”, contesta él entre empujones. Una madre intenta cruzar a través de la multitud con un carrito de bebé, hay riesgo de aplastamiento, otra levanta a su hija en volandas, la niña chilla: “¡Le he visto!”. Nos encontramos en el epicentro perverso de Sant Jordi: el stand de los mediáticos.
Belén tiene veinte años. No piensa leer ningún otro libro de Mejide. De hecho, su idea era pi- ratear X, “pero ya que él está aquí, aprovecho y que me lo firme”. En la cola, la mayoría son chicas. Elena, Paula y Silvia son teen- cultas, quieren una rúbrica de Blue Jeans (al que, excusen mi ignorancia, no distingo de Federico Moccia; será por sus títulos y por la gorra). A Elena le gustan las tramas de instituto y que cada una de sus novelas acabe con intriga, animando a seguir leyendo. Silvia también es fan de Albert Espinosa. El año pasado, la madre de Paula le regaló Orgullo y
prejuicio, de Jane Austen, porque es su libro preferido. En ese caso, el amor por el libro fue anterior a la veneración por la autora.
Cuando se trata de Mario Vaquerizo –así como de otros considerados mediáticos–, ocurre el efecto inverso. Bajo la carpa del stand hace un calor sofocante, y Vaquerizo no ha tenido ocasión de ponerse una chaqueta leoparda divina de la muerte, que ha colgado en el respaldo de la silla. Camiseta, tatuajes, melena, botellines de cerveza a sus pies, perpetua sonrisa amorosa. Las fans quieren firma y foto. En las dedicatorias, él les pone: “Eres una princesa”. O: “A la niña más linda”. Cosas bonitas. Se toma un descanso muy breve para darle dos caladas a un pitillo, dice que le encanta reivindicar Sant Jordi, le encanta incentivar la lectura. “Hay que ser profesional”, comenta.
Profesional, ahí le has dado. Pienso en la figura del firmador profesional. Al fin y al cabo, el marketing de esta fiesta se basa precisamente en eso, en la rúbrica. El firmador profesional no tiene tiempo de preguntar nada a los que le visitan, sólo el nombre. El firmador profesional ha apuntado más de quinientos nombres en una mañana. Ha posado más de quinientas veces con más de quinientos desconocidos que quizá lo leerán o quizá no, pero ya han pagado por su libro. Más de quinientos libros vendidos. En apenas tres horas.
Un chico le pide a Mejide que grabe en vídeo unas palabras para su padre, porque es su cumpleaños; él accede, como buen profesional. Risto se debe a sus fans, que tienen la edad de su novia, la modelo Laura Escanes, que a ratos firma con él. A su lado están los autores Mikel Santiago y Salvador Esquena, que van a otra velocidad, y se permiten dedicatorias más largas.
Tal vez los mediáticos sostengan la industria. La pregunta es: los que se hacen una selfie con ellos, ¿compran además otros libros? Genís Sinca, que se dirige de un stand a otro para atender a sus lectores, responde que sí: “Yo puedo leer a Vaquerizo en la playa tomando el sol, y luego, a la hora de la siesta, más concentrado, a Rafel Nadal”. Pero si los mediáticos no participaran, ¿firmarían los escritores tanto como ellos? Recordemos que el marketing de esta fiesta se basa en la rúbrica, uno busca las palabras anotadas a mano de su autor favorito. Todo depende de cómo quiera presentarse Sant Jordi, de cómo quiera firmar, afirmarse y autopromocionarse. Para que logremos sentir, cuando hable de sí mismo, que habla de nosotros. Y de literatura.
El firmador profesional no tiene tiempo de preguntar nada a los que le visitan, sólo el nombre