La Vanguardia (1ª edición)

Oír, leer y también comer

- Esteban Linés

La Antiga Fàbrica Damm volvió ayer a ser uno de los epicentros de la fiesta-festividad desde su vertiente más sonora. Desde hace pocos años la que algunos consideran la otra Conselleri­a de Cultura acoge en su antigua sede del Eixample una jornada de valor impagable para el mundo de la música: da visibilida­d a músicos y grupos de la escena generalmen­te local, pone a la música popular a la altura lógica del acontecimi­ento cultural y, finalmente, acerca a la ciudad y al barrio de forma gratuita una jornada de música en vivo ofrecida de un modo muy atractivo.

Y ese poder de atracción este año se ha agrandado, primero en un sentido espacial, porque se ha habilitado toda la zona trasera, donde se ubica la antigua chimenea, del recinto. En este nuevo y amplio espacio ganado para el hedonismo, la cervecera tenía previsto instalar un amplio escenario en donde ofrecer conciertos en el Sant Jordi. Pero el Ayun- tamiento no lo vio tan claro y sugirió (pongan el verbo que quieran) que esa zona se destinara al descanso, al esparcimie­nto, a la restauraci­ón y a la compra de discos y libros... y rosas. Únicamente en una zona donde había una aparcamien­to, cubierta y prácticame­nte cerrada, se ha habilitado un escenario que ayer únicamente usaron Residual Gurus y Lax’n’Busto.

La solución sugerida por unos y aceptada por otros ha sido todo un éxito. El buen tiempo que acompañó hasta eso de las siete de la tarde al evento hizo que la asistencia de público fuese muy importante, a lo que se sumó el nada desdeñable hecho de que este año Sant Jordi no cayó en fecha laborable. El sol, y la posibilida­d de comer de una manera cool y sabrosa –seis food trucks de garantizad­a solvencia eran la tentación– con tus amigos, conocidos y familiares en plan merenderoc­hill o contigo mismo, se aliaron para que la cosa se llenase con rapidez. ¡Ah! Y al fondo a la derecha de esos nuevos metros cuadrados conquistad­os, se ubicaron una mesas donde numerosos artistas y grupos se dedicaron a firmar discos y, los menos, libros.

Entre todos esos ingredient­es –además de otro básico como fueron los conciertos que se ofrecieron en las distintas salas del complejo hasta las ocho de la tarde–, aquello funcionó como un imán: si en el Sant Jordi del año pasado al final de la jornada se contabiliz­ó el paso de 4.100 personas, ayer el guarismo ascendía a cerca de 8.000, con colas ya formadas desde primera hora de la tarde.

Hablando de colas, la que se formó a mediodía para que los miembros del grupo Manel fir-

Las colas comenzaron a primera hora de la tarde ante una Antiga Fàbrica Damm que amplió su oferta para los sentidos

masen discos obligó que el cuarteto doblase su tiempo pactado porque el aficionado era ingente. Además de selfies, sobre todo deseaban que Guillem, Roger, Arnau y Martí estampasen palabras manuscrita­s en la portada de Jo competeixo, su flamante último y exitoso disco.

Los nombres con tirón especialme­nte entre las jóvenes generacion­es tiraron mucho de bolígrafo y rotulador como Els Catarres, Sopa de Cabra o Joan Dausà, que parece que le cueste comenzar su anunciado año sabático. Pero también estaban presentes tras francotira­dores de muy diverso talante que atrajeron atención entre el aficionado de largo recorrido, es decir, Quimi Portet, Pau Riba y Albert Pla. El primero, porque acaba de publicar su último hijo discográfi­co, Ós bipolar; el segundo, porque es referencia en todo y ayer tanto firmaba ejemplares del glorioso y lejano Dioptría como del reciente libro La revolució que ara toca, una densa conversaci­ón con Francesc Miralles, y el tercero, porque traía su provocador España de mierda/Espanya de merda, libro que un señor quería que le firmase porque “aún no lo he leído pero Pla me despierta el morbo y me gusta mucho todo lo que hace”.

Y mientras tanto, la música no dejaba de sonar, desde los potentes Animal al entregado Mazoni pasando por Joana Serrat o Pawn Gang. Para todos los gustos, como debe ser. Y gratis, claro...

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ELISA BERNAL Los cuatro miembros del grupo Manel, que no dieron abasto ante la infinidad de aficionado­s que deseaban que les firmaran sus discos
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