Sergi Pàmies, el escritor

Apunta: “El día no podía haber empezado peor”. El inicio del artículo me lo dicta Flavia Company, ejerciendo de profesora de escritura creativa mientras nos miramos la fauna del desayuno del hotel Regina. Hemos sido de los primeros en llegar y no reconocemos ni a uno de los nuestros. ¿”Quieres decir que no nos hemos equivocado de planta? ¡Eso más bien parece un congreso de ganaderos!”. Después sí que vemos escritores, después la cosa se anima y de qué manera, todo son empujones y hay hostias para salir en la foto oficial. Los jóvenes decidimos pasar, y nos marcamos una foto más tarde, cuando todo el mundo ya se ha largado. Salimos retratados Roc Casagran, Alicia Kopf, Jordi Nopca y Anna Ballbona, copando el podio de honor.

El Sant Jordi del escritor casi novel –este año presento Jambalaia, mi segunda novela– es básicamente pasarte el día de brazos cruzados en las casetas, viendo como a tu lado los verdaderos profesionales del tema se hinchan de firmas. A un lado tengo el presentador de Pasapalabra, que rocía con perfume cada libro que vende. Y es una máquina de colocar libros a fans, o sea que ya os podéis imaginar el pestazo.

En el otro lado tengo el Sergi Pàmies, que encadena firmas como Messi dribla a los rivales. Va de cráneo dedicando sus confesiones de tribunero y me mira de reojo de vez en cuando, compadeciéndome, hasta que una señora se planta delante de mí. Y en este momento, Pàmies levanta el boli de su firma al socio 8.713 y le dice a mi clienta: “¡Señora, se está llevando un libro excelente!”. A nivel personal es un momento brillante, el gran autor apadrinándome, si en caso de que... “No Sergi, es mi madre, que le ha sabido mal verme tan aburrido y...”. “No sufras crío, todos hemos pasado por aquí”.

Después vendrán firmas en librerías más propicias, las de los modernillos como yo: Documenta, Laie CCCB o La Calders, donde agotaremos los ejemplares y todo. Pero la cura de humildad del maestro Pàmies la recordaré toda la vida.