La Vanguardia (1ª edición)

Ciudad y libros en llamas

- Garth Risk Hallberg

Debe de haber algo en el aire que respiran por aquí, o tal vez en el paisaje, porque me resulta imposible encontrar nada parecido a Sant Jordi en ninguna otra parte del planeta. Era la primera vez que asistía, sí, pero sé de lo que hablo porque he atravesado un montón de festivales y actos literarios de todo tipo en Estados Unidos y medio mundo, con motivo de la presentaci­ón de mi novela Ciudad en llamas. Y solamente en Barcelona me invade la sensación de haber formado parte de un evento totalmente nuevo, del que hablaré, a mi vuelta, a los editores estadounid­enses, a quienes ya imagino carcomidos por los celos a causa de lo que se consigue aquí cada 23 de abril. A mis amigos escritores en Nueva York les voy a recomendar que vengan.

Existen varios elementos distintivo­s. Primero, es una fiesta en toda la ciudad, no en un recinto o una parte de ella. No está delimitada tampoco por ningún horario, sino que ocupa todo el día. Su epicentro son las calles, que parecen tomadas por gente con el único objetivo de leer. La pasión que los lectores demuestran por los libros es otro elemento llamativo, nadie diría que son una excusa para salir a la calle, sino algo que afecta a sus vidas, que les importa de verdad, y esa es una grata sensación que transmiten calurosame­nte, haciendo que el escritor se sienta en el centro de todo. Es, además, una fiesta muy democrátic­a, disfrutada por todos, no es un evento creado por y para una élite, o “para nosotros los lectores”, sino que parece una emanación de la propia gente.

Desde que, ayer por la mañana, abrí el balcón de nuestro piso en el paseo de Sant Joan y vi a la vida entrar por él, con las calles llenas de rosas y libros, familias paseando, niños disfrazado­s con casco y espada... supe que algo potente estaba sucediendo. Una de mis emociones del día fue encontrarm­e, y hablar un momento, con Enrique Vila-Matas, cuya obra tanto he disfrutado. A la hora de firmar mis libros, preguntaba a los lectores: “¿En catalán o en castellano?” y les sorprendía escribiend­o algunas de las escasas palabras que conozco de sus idiomas.

Esto sí que es una ciudad en llamas.

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