La Vanguardia (1ª edición)

Libros como copas de vino

- Josep Massot

Claudio Magris es un visitante frecuente de Barcelona, pero esa mirada no se la había visto nunca. De espaldas, entre la jefa de prensa de Anagrama, Maria Teresa Slanzi y la editora Valeria Bergalli, le veía firmar libros y hablar entusiasma­do con sus lectores. Uno de ellos le llevaba hasta ocho libros con las portadas amarillas de Anagrama. Magris tenía esa mirada ebria, ebria de literatura. “Es una sensación maravillos­a. No tiene nada que ver con los salones del libro a los que acostumbro ir. Esa alegría, es como si la gente de Barcelona tomara libros como si fueran copas de vino”.

Le daba igual la aglomeraci­ón, el gentío. La fiesta de Sant Jordi deja las calles intransita­bles, como el San Fermín de Pamplona, o las Fallas de Valencia, pero aquí no hay toros, ni muñecos de cartón en llamas, sino libros. Los editores y los libreros miran el calendario, ven que el año que viene Sant Jordi caerá en domingo y piensan que tendrían que ensayar un Sant Jordi de una semana. Pero la gente, sobre todo la que sólo compra libros el 23 de abril, quiere cumplir el ritual . La feria de Madrid dura quince días y factura siete millones. Sant Jordi recauda más de 20 millones en un solo día. Sí se podrían multiplica­r actividade­s previas, sin tocar la exclusivid­ad de las paradas del día 23. ¿Qué hacer para evitar aglomeraci­ones? “Nos han pedido cortar el tráfico, pero no sé si esto crea más problemas”, comenta Berta Sureda. La iniciativa de La Calders y el Antic Teatre de crear un off Sant Jordi puede ser un modelo que desarrolla­r.

El entusiasmo del debutante Magris no es compartido por otros escritores más bregados. Juan Marsé cuenta que no firma libros en San Jordi desde que un día, cuando ganó el Planeta, le sentaron en el Corte Inglés a una mesa entre pilas de sus ejemplares. Tras largo tiempo sin que nadie se interesara por él, se acercó un cliente, que le inspeccion­ó de arriba abajo hasta que al final se decidió a preguntarl­e: “Esta mesa, ¿cuánto vale?” Cuando el escritor le intentó, humildemen­te, sacar de su error, recibió una tanda de improperio­s del cliente frustrado. Juraría que esta anécdota se la había oido contar a Eduardo Mendoza, pero en todo caso, sirve para disuadir con una carcajada a quienes proponen a Marsé que se someta a una sesión de firmas.

En el Belvedere, el entrañable y añejo bar del pasaje Mercader, que aún resiste a la estandariz­ación, Carolina López, viuda de Roberto Bolaño, convoca a ver el documental (el domingo 1 de mayo en TV3) que su hijo Lautaro ha rodado en Benin sobre el tráfico ilegal de gasolina con Nigeria. Lautaro Bolaño ha estudiado cine en la Escac y ya planea rodar otro documental en Colombia sobre el tráfico ilegal de gemas.

En la fiesta del Grup 62 Ada Colau charla con Pau Riba. Al lado, Virginia Marx, una scout que conoce muy bien los entresijos de la edición internacio­nal, habla de la Feria de Londres. El libro en papel se consolida, pero la com- petencia de cada vez menos grandes grupos editoriale­s hace que la competenci­a sea feroz y llegue a contratos de siete cifras y un diluvio de seis cifras para debutantes. Ahora los escritores hacen su propia promoción y las agencias se disputan a los alumnos de las escuelas de escritura como la Faber Academy. Convocan beauty contests y las editoriale­s van a la caza de los ganadores. Virginia Marx pone como ejemplo a Chloé Expósito y su trilogía de una Bridget Jones malvada.

Si este es el futuro, que tarde en llegar, mientras brindamos con las copas de vino de Claudio Magris.

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LAURA GUERRERO Claudio Magris, feliz en el stand de La Central, en Barcelona
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