Intimidad en venta
No debería escribir esta nota, porque favorece aquello que se propone combatir. Por el mero hecho de mencionar a su protagonista, ya la estoy ayudando. Me refiero a Kim Kardashian, la reina de las celebridades globales. Sin embargo, no voy a sentirme responsable por mi contribución a su fama. En primer lugar, porque es irrelevante. En segundo, porque la aludida –en adelante, KK– ha alcanzado ya la omnipresencia mediática: está siempre en las redes sociales, en las secciones de Gente de la prensa y en todo sarao mundano imaginable.
Y cuando no está en un sarao, sino en su casa, KK suele desnudarse, situarse ante el espejo del cuarto de baño equipada únicamente con su smartphone –Marilyn prefería el Chanel 5–, hacerse una selfie sicalíptico y correr a colgarlo en Instagram o a anunciarlo en un tuit.
En unas fotos, KK nos muestra sus pechos como cántaros, en otras su trasero proboscidio, en otras su pubis. Según avanza su exposición mediática, algunos sueñan ya que algún día mostrará las trompas de Falopio, el tramo final de su conducto digestivo o la tráquea.
En efecto, hemos llegado a esto: decenas de millones de seres humanos se entretienen explorando, a distancia, los epitelios de KK. Algunos podrán argumentar que está de toma pan y moja. Pero lo que les atrae no es tanto su anato- mía como la posibilidad de penetrar en la intimidad de alguien que se ha labrado una posición privilegiada, a base de cultivar su presencia en los medios hasta coronar las cimas más altas –y bien remuneradas y vacuas– de la celebridad.
Obsérvese lo contradictorio del caso. Hasta la fecha, hemos entendido por intimidad ese conjunto de sentimientos y pensamientos que cada persona guarda para sí en su interior. Ahora ya no. Dudo que KK albergue muchos pensamientos en su interior o, si los alberga, que alguno sea más valioso que el de seguir lucrándose mediante su constante e indecorosa exhibición. Su intimidad es exterior, epidérmica y, por tanto, contradictoria y, en suma, inexistente. Si lo íntimo es lo privado, lo retirado del bullicio, KK es lo contrario. Quizás ignore incluso el sentido de estos conceptos. O quizás no. Quizás es lo suficientemente astuta como para saber que la venta masiva de su supuesta intimidad, en un mundo plagado de borregos digitales deslumbrados por la fama, es un negocio redondo.
Mientras yo escribo esta nota para mentes sensibles, o simplemente perplejas, KK debe estar de nuevo ante el espejo, en cueros, meditando nuevos tableaux, sola o interactuando con amantes, familiares, animales de compañía o muertos vivientes. El circo debe continuar. Los 53 millones de seguidores de KK en Instagram y los 44 de Twitter necesitan su dosis. Y KK quiere sin duda superar este año los 52,5 millones de dólares que ganó en 2015, dedicándose a enseñar el culo y a otros afanes mediáticos y publicitarios. ¡Todos contentos!
Decenas de millones de humanos se entretienen explorando, a distancia, los epitelios de KK