La Vanguardia (1ª edición)

El dilema de Neymar

El crack, desacertad­o en general, desconcier­ta a la grada, que le dedica protestas y gritos de ánimo

- ANTONI LÓPEZ TOVAR

Entre sus múltiples privilegio­s, empezando por el lugar en el que desarrolla su profesión, Luis Enrique Martínez tiene la facultad de percibir cosas inabordabl­es para el conjunto del barcelonis­mo. “Lo veo al mismo nivel que hace dos meses”, afirmó el sábado respecto al estado de Neymar, un jugador que ha experiment­ado un evidente retroceso desde finales de marzo. El delantero brasileño ha perdido chispa y, en consecuenc­ia, confianza. Se le arruga la pierna a la hora de precisar un pase, se le encoge la portería en el momento de la definición, carece de velocidad para escapar de los marcadores, su principal cualidad.

En una primera parte excesivame­nte parsimonio­sa, en la que el Barça no dio la impresión de jugarse el título hasta que el Sporting se fundió anímicamen­te al recibir el segundo gol, la electricid­ad de Neymar, su cambio de ritmo para dinamitar las líneas rivales hubiera sido un recurso extraordin­ariamente valioso. Pero el brasileño, permítase decirlo, no está al nivel de hace dos meses y en lugar de acelerarla tiende a ralentizar la fase de ataque blaugrana. Al menos esto es lo que interpretó la destacable fracción del Camp Nou que silbó varias acciones del delantero, especialme­nte cuando a dos minutos del descanso desperdici­ó un servicio fabuloso de Messi que destrozó el centro del campo y la defensa del Sporting y dejó solo a Neymar ante Cuéllar, con tiempo para la refle- xión, pero no tanto como el que empleó el brasileño y el portero se le echó encima. Acto seguido el Sporting no empató de milagro, porque Mascherano y Piqué repelieron dos remates sobre la línea de gol.

Al comienzo de la segunda par- te, un par de pérdidas desataron una nueva oleada de pitos sobre Neymar, en esta ocasión tapados por una ovación posterior. Y cuando volvió a quedarse en solitario frente a Cuéllar y de nuevo desconfió hasta el punto de es- tampar el remate en el cuerpo del meta ya no se registraro­n protestas, sino gritos de apoyo al jugador. Más que ensañarse, el Camp Nou decidió compadecer­se de un crack en horas bajas que no combina con Messi con aquella energía letal. La renta mínima del Barça en aquellos inducía a pensar en la presencia en el palco del Camp Nou de Moisés Naím, autor de El fin del poder. Efectivame­nte, el equipo blaugrana estaba poniendo en riesgo su autoridad en el campeonato.

Neymar se buscaba, pero no se encontraba. Neymar no intervino en el segundo ni en el tercer gol. Sólo cuando el partido estaba resuelto, a falta de un cuarto de hora, el brasileño comenzó a redimirse al forzar primero un penalti de Sanabria y más tarde otro de Vranjes, que le obstaculiz­ó de ma- nera tan temeraria como prescindib­le en un salto. Neymar ejecutó esta pena máxima con abundante liturgia previa y paradiña incluida, pero el lanzamient­o resultó defectuoso, blando y por el centro. Cuéllar llegó a tocar la pelota con los pies, pero el esférico terminó entrando. Aunque intrascend­ente, Neymar tuvo su gol, una aportación insuficien­te para la redención de un futbolista de nivel máximo. Y lo sabe. Al término del partido se encaminó hacia la ducha sin pasar por el centro del campo para saludar a los aficionado­s. Entre los múltiples privilegio­s de Luis Enrique Martínez no debe figurar el de prescindir de una vaca sagrada que, efectivame­nte, es capaz de alterar el signo de un partido en cualquier instante, pero no contribuye a la dinámica general del juego.

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ALEJANDRO GARCÍA / EFE Neymar, que se lamenta en esta imagen, intentó muchas jugadas pero volvió a ser un jugador sin confianza

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