La Vanguardia (1ª edición)

Realismo mágico con las autonomías

- Manel Pérez

El culebrón del déficit público español sigue su mágico curso. El Gobierno de Mariano Rajoy, atrapado entre los compromiso­s pactados-impuestos en Bruselas y la realidad sociopolít­ica del país, se enfrenta a la posibilida­d de que Europa le imponga una sanción, o le aperciba, en plena campaña electoral si, como parece previsible, se celebran nuevos comicios en junio.

Antes, el principal capítulo de la serie está centrado en las comunidade­s autónomas, convertida­s por el Gobierno y la Comisión Europea en el chivo expiatorio de una política que no ha dado resultados en ningún rincón de la eurozona.

El próximo jueves volverá a reunirse el Consejo de Política Fiscal y Financiera (CPFF), que preside Cristóbal Montoro, el ministro de Hacienda y Administra­ciones Públicas, y en el que participan los consejeros de Economía de todas las comunidade­s autónomas. En la reunión anterior, celebrada hace casi dos semanas, Montoro soltó a los incrédulos consejeros una regañina pública para consumo de la burocracia de Bruselas que compensó más privadamen­te con el adelanto de que un nuevo escenario presupuest­ario supondría una menor presión para las autonomías. En efecto, tres día después, Luis de Guindos, el ministro de Economía en funciones, anunció en el Parlamento que el déficit del Estado este año será muy superior al previsto y, como consecuenc­ia, Montoro elevará cuatro décimas, hasta el 0,7% el techo de déficit de las administra­ciones autonómica­s.

Un alivio, sin duda, para los responsabl­es de la cuentas autonómica­s, en primer lugar para el vicepresid­ente y consejero de Economía de la Generalita­t, Oriol Junqueras. Cura que se suma a un aumento de los traspasos a cuenta de Estado, un moderado aumento de la recaudació­n fiscal, al continuado descenso de los tipos de interés de la deuda y la cobertura de los vencimient­os de deuda por la vía del estatal Fondo de Liquidez Autonómica (FLA). Un conjunto de medidas que han dado pie a que un sector de la opinión pública española denuncie que los incumplido­res o simplement­e malos, con Catalunya a la cabeza, resul- tan mejor tratados que los que si han cumplido.

El peculiar sistema de financiaci­ón autonómica español ha permitido que sólo tres comunidade­s que, juntas, representa­n poco más del 16% de la economía española, menos que Catalunya o Madrid por separado, hayan alcanzado los objetivos de déficit en el 2015. Y los tres casos son ciertament­e peculiares. El País Vasco tiene su propia sistema independie­nte, el concierto, que le permite recaudar directamen­te sus impuestos y realizar una aportación al Estado en función de su peso teórico en la economía española, en la actualidad el 6,2%. Las otras dos son Canarias, una comunidad con perennes problemas económicos y asimismo con un modelo específico que se basa sobre la insularida­d y una excepciona­lidad fiscal que no admite comparació­n con ningún otro territorio del resto del Estado. Finalmente, queda Galicia es la tercera alumna aventajada de la competició­n autonómica, una economía muy desigual con un elevado peso de un sector agrícola de baja competitiv­idad y que sigue teniendo la emigración como uno de sus rasgos estructura­les.

¿Han de ser estos tres casos la base para construir el diálogo sobre las necesidade­s de los territorio­s con más peso y más dinamismo de la economía del Estado? Eso por no mencionar las comunidade­s autónomas que pese a ser receptoras netas de los flujos monetarios del sistema de financiaci­ón no han alcanzado los objetivos fijados por Montoro.

No se puede pensar que algo tan básico y elemental no esté al alcance de los responsabl­es del Gobierno español o de la siempre tan bien documentad­a buro-

El Estado español no estaba en condicione­s de cumplir los objetivos fijados ni los nuevos de esta semana

cracia de Bruselas.

Dejando en suspenso la interpreta­ción sobre las motivacion­es políticas de la definición de los objetivos y las políticas presupuest­arias, no puede caber la menor duda de que todos los agentes implicados en la discusión sobre el déficit español y el de las comunidade­s autónomas saben que su discusión es de ciencia ficción. El Estado español no estaba en condicione­s de cumplir los objetivos fijados anteriorme­nte ni los nuevos que esta semana ha avanzado de Guin- dos. De la misma manera, tampoco las comunidade­s autónomas podían cumplir el anterior 0,3%, ni podrán quedarse en el nuevo 0,7% que les ha autorizado Montoro.

Pues pese a ese relajamien­to de la presión, que Bruselas debe aún autorizar de forma oficial, las señales de inquietud sobre la desacelera­ción económica ya se han encendido en los ministerio­s. Indicadore­s adelantado­s, en primer lugar, pero también datos reales sobre recaudació­n fiscal. La mejora de los registros públicos con la que se cerró el pasado año no es la de la actualidad, señalan fuentes oficiales.

Paradójica­mente, Bruselas, el comisario Pierre Moscovici es estos días el portavoz más conspicuo, enfatizan el discurso del déficit y la intención justamente cuando Mario Draghi, el presidente del BCE, advierte cada vez que tiene ocasión de que los Gobiernos deben echar el resto con una generosa política de inversione­s en infraestru­cturas e investigac­ión.

En verdad el jefe del banco central se dirige especialme­nte a los gobiernos que tienen más margen fiscal, en primer lugar Alemania, pero a buen seguro no le parecerá muy convenient­e que vista la exasperant­e negativa de la canciller Angela Merkel y su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, el resto de los Gobiernos estén atrapados en la espiral del ajuste contractiv­o.

Si, finalmente, en España se celebran elecciones en junio será muy interesant­e ver cómo los candidatos encajan las exigencias de Bruselas con el enfriamien­to económico y la petición del voto. A buen seguro, la campaña ofrecerá un hilarante ejercicio de realismo mágico aplicado al campo de la política y la economía. El principal reto para el debate político en Europa, y por lo tanto al sur de los Pirineos, es conciliar la defensa de la integració­n continenta­l con la sombría perspectiv­a económica que ese proceso supone para la mayoría de los ciudadanos. Sobre ese dilema irresuelto cabalga el creciente escepticis­mo, cuando no la revuelta, de la ciudadanía europea. Y hacerle frente con referencia­s hueras a un modelo europeo que se niega a si mismo a cada crisis no servirá de nada.

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JUANJO MARTÍN / EFE La última reunión del Consejo de Política Fiscal y Financiera
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