Un Mediterráneo con poca Europa
La imposible arquitectura de seguridad común para hacer frente al terrorismo islámista y la crisis de los refugiados
Europa está casi fuera del Mediterráneo, sin capacidad de influencia política en Siria o Libia, sin socios fiables con los que levantar una arquitectura de seguridad común que haga frente al terrorismo yihadista y encuentre una solución adecuada a la crisis de los refugiados. El panorama no puede ser más negativo, según han constatado el centenar largo de think tanks que forman la red Euromesco y que hace unos días, coordinados por el IeMed, celebraron su reunión anual en Bruselas.
A pesar de que el Estado Islámico (EI) golpea a Europa con atentados que se planifican en Raqa, la capital de facto del califato ,laUE no tiene capacidad de influir en las negociaciones sobre el futuro de Siria, hoy en manos de la diplomacia rusa. Tampoco tiene nada que hacer en Libia, donde es Estados Unidos quien tiene el papel más dominante. A Washington le interesa el petróleo y Moscú entiende que su posición en el Mediterráneo está ligada, en gran medida, a cómo se resuelva la guerra civil siria.
La UE, mientras tanto, soporta las consecuencias de estos conflictos, los atentados y la llegada masiva de refugiados, y todo lo que puede hacer es pagar por programas de ayuda que siempre se quedan cortos. Los más de 5.000 millones de euros que ha desembolsado desde el inicio de la crisis en Siria son un buen ejemplo. Los 3.000 que ha ofrecido a Turquía para frenar a los refugiados son otro. No hay donante más generoso y, sin embargo, no puede convertir esta inversión en influencia política. “Sin una política exterior común, la UE nunca será un jugador fuerte en la región como Rusia o EE.UU. –reconoce Joost Hilterman, del grupo de Crisis Internacional– pero es buena pagadora y es muy buena a la hora de poner en marcha programas de gobernanza, los pilares de los estados funcionales”.
Puede pensar –como hace Euromesco– un programa de seguridad para la Siria que salga de la guerra, pero le falta fuerza, por ejemplo, para liderar un plan Marshall en el Mediterráneo, un proyecto global que impulse de una vez el desarrollo y siente los pilares para una seguridad compartida. Para el embajador egipcio Anis Salem esta parálisis anticipa problemas mucho más serios dentro de unos años, en el 2050, por ejemplo, cuando la población europea siga estancada en los 500 millones y la árabe se haya duplicado hasta los 700. “La relación de fuerzas será entonces muy diferente y si no se han solucionado los desequilibrios sociales que dieron origen a las revoluciones del 2011, el yihadismo tendrá muchos jóvenes a los que tentar con el terror”.
Para Tamara Cofman, de la Brookings Institution, el contrato social se ha roto en casi todos los países árabes. “Estamos ante el colapso del orden y también de los líderes. El estado nación árabe se tambalea. Hay países que se niegan a aplicar los cambios que necesitan para garantizar la estabilidad (Egipto), hay otros que afrontan largas transiciones en el liderazgo (Argelia, Palestina) y otros, como Marruecos, Jordania y Túnez, que tienen dificultades para aplicar las reformas que pactaron en el 2011”.
“Sin solucionar el problema de liderazgo –añade Cofman– , sin conseguir que los dirigentes árabes recuperen la confianza de sus pueblos, no habrá estabilidad en el Mediterráneo”.
El diplomático israelí Oded Eran apuesta por el proceso de Barcelona para restablecer la legitimidad de los gobiernos árabes y formar, sobre lo pactado hace 20 años, una alianza de seguridad y cooperación. El diplomático francés Pierre Vimont, sin embargo, considera que a Europa le falta fuerza para tirar de esta iniciativa y que, en todo caso, no tiene mucho sentido hablar de grandes arquitecturas cuando “estamos en la confusión, cuando los países del Mediterráneo tienen visiones muy diferentes sobre seguridad, migración y cooperación”.
El proceso de Barcelona cristalizó en la Unión por el Mediterráneo, una alianza de 43 países pensada para el desarrollo y la cooperación que, con pocos apoyos políticos y menos financiación, no ha ido muy lejos. Hoy, además, como señala el embajador Salem no tiene sentido plantear nada en el Mediterráneo sin consultar a las monarquías del golfo Pérsico. Su dinero condiciona las guerras en Siria y Libia y apuntala a la dictadura en Egipto.
Arabia Saudí ha iniciado una carrera de armamento –es el cuarto país del mundo que más gasta en defensa– y trata, sin demasiado éxito, de formar una alianza militar árabe.
A falta de una arquitectura de seguridad compartida, lo que funcionan son alianzas puntuales, como la de Irán, Siria, Rusia y Hizbulah, como la que lidera EE.UU. contra el Estado Islámico y el régimen de Damasco, como las que Israel mantiene con egipcios, saudíes y qataríes.
“No estamos en tiempos de paz –resume Hilterman– y tenemos a países europeos implicados directamente en las guerras de la región. Esto no es excusa, sin embargo, para que no dejemos de buscar una solución política”.
EL PAPEL DE EUROPA La UE no es un actor fuerte, pero es buena poniendo las bases para estados viables ALIANZAS EE.UU. defiende sus intereses en Libia, Rusia en Siria y la UE apenas pinta nada LOS LÍDERES SEGÚN COFMAN “Sin solucionar el problema de liderazgo no habrá estabilidad en el Mediterráneo”