La crisis del Estado nación
Las fronteras de Oriente Medio se mueven. Es lo que quiere el Estado Islámico (EI) y es la consecuencia de unas guerras que han diezmado la capacidad de muchos estados para funcionar como tales. Lo vemos claramente en Siria, Iraq, Libia y Yemen. El diplomático israelí Oded Eran considera que la futura estabilidad de estos países, o lo que quede de ellos después de los conflictos en marcha, exigirá unas administraciones fuertemente descentralizadas. Cien años después de que Francia y Gran Bretaña se repartieran los restos del imperio otomano en Oriente Medio –el acuerdo Sykes-Picott que tanto critica el EI–, Eran considera que “la única manera de mantener las viejas fronteras en estos estados artificiales es con una estructura federal, una partición del poder sobre líneas étnicas o tribales, en torno a ciudades que ejerzan de centros administrativos y políticos lejos de las capitales”. Esta solución se ha planteado para Iraq, Libia y Siria. En el caso de Siria, sin embargo, el investigador Salam Kawakibi, considera que sería un error diseñar esta descentralización sobre la base étnica. “La población está muy mezclada. Nos exponemos a limpiezas étnicas y trasvases de población como lo vimos en los Balcanes. No es verdad, por ejemplo, que al régimen lo apoyen sólo los alauíes. Hay kurdos, cristianos y suníes que están con Asad. No hay que simplificar la realidad, sino esforzarse más por entenderla. Siria funcionaría bien como un estado federal, pero la descentralización debe ser sólo administrativa, con criterios de funcionalidad y no de reparto del poder político. Esto sólo contribuiría al desgobierno”. Europa creó estados naciones que, con más o menos fortuna, han desarrollado una identidad. Ni siquiera al calor de las primaveras árabes el panarabismo logró desplazar este sentimiento nacional.