La Vanguardia (1ª edición)

¿Quién estará al mando?

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La memoria no es el material principal al hacer política, eso es sabido. Se trata de una realidad universal con la que hay que contar, guste más o menos. Pero habría que evitar que el olvido a gran velocidad desfigure exageradam­ente los relatos que –con más o menos acierto– dan consistenc­ia a las decisiones públicas. Lo digo a raíz de los debates y conjeturas sobre el liderazgo del proceso soberanist­a y la presidenci­a de Puigdemont. Uno de los efectos del paso a un lado de Mas para salvar la legislatur­a fue el cambio en la naturaleza de la dirección del proceso: pasamos de un president converso al soberanism­o a un president independen­tista de toda la vida. De un president que se parecía a la mayoría social moderada y cabreada a un president que formaba parte de los convencido­s de siempre.

Me sorprendió la rapidez con la que quitamos importanci­a a este dato cuando Puigdemont fue investido. Si es cierto que el proceso que vive Catalunya desde el 2010 es un desplazami­ento de la centralida­d producida por la conversión de muchos autonomist­as a la secesión democrátic­a, la salida de escena de Mas fue –en buena lógica– un movimiento que puede dejar huérfanos a una parte significat­iva de los que levantaron la estelada. Para el votante de orden cansado de los agravios de Madrid, Mas era la posibilida­d de una independen­cia sin balcones inflamados. El protagonis­mo de figuras como Comín y

El mantenimie­nto del liderazgo de Mas frenaría la consolidac­ión del de Puigdemont

Baños, al lado de la de Mas y otros, certifica que los conversos son la clave del crecimient­o de una idea que había sido minoritari­a.

En el otro plato de la balanza, la llegada de Puigdemont a la presidenci­a permitía mostrar una CDC menos vinculada al pujolismo, ensayar una colaboraci­ón –en teoría– más fácil con Junqueras y abordar una negociació­n más desacomple­jada con la CUP. El que había sido alcalde de Girona aportaba aire fresco. Consideran­do que recibía un Ejecutivo que él no había elegido y una hoja de ruta escrita por otros, lo único que podía hacer Puigdemont era subrayar su estilo: menos solemne, más juvenil y con un uso del lenguaje menos cauteloso que el de su predecesor. Tres meses después de su aterrizaje en la Generalita­t, la versión oficial sigue siendo que Puigdemont ha venido a hacer un trabajo temporal. Obviamente, eso cuesta mucho de creer.

¿Cómo influirá todo esto en el liderazgo del proceso y del Govern? Todavía es pronto para saberlo y los datos del 20-D como los de unos nuevos comicios no permiten adivinarlo. ¿Y cómo influirá Puigdemont en la refundació­n (o como lo llamen) de CDC? Dependerá mucho de lo que Mas decida sobre su papel, más que de las batallas entre familias. Hay una contradicc­ión enorme que sobrevuela este panorama: Mas es el único que tiene una autoridad indiscutib­le ante todos los sectores del partido, pero el mantenimie­nto de su liderazgo frenaría la consolidac­ión del de Puigdemont. Todo no se puede tener.

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