La Vanguardia (1ª edición)

¿Por qué no murió el catalán?

- Antoni Puigverd

Regreso al espinoso tema de las lenguas motivado por una carta que Julián Murlanch publicó en nuestro diario. En ella explica que una anticuaria le ofreció una serie de postales de los años 1908-1925 y, dado que están escritas en castellano pese a estar firmadas por apellidos catalanes, llega a la conclusión de que en aquellos años era imposible que alguien les obligara a hacerlo y menos en la intimidad.

No estaban obligados a escribir las postales privadas en castellano, en los años que cita, pero sería temerario llevar la deducción mucho más allá. Y no sólo porque las leyes que restringía­n el uso del catalán eran entonces numerosas (estaba vigente el decreto Romanones imponiendo el castellano en la enseñanza; la propuesta de cooficiali­dad del diputado Morera i Galicia fue derrotada; aparece la ley del notariado que prohíbe el uso del catalán y, por supuesto, con la dictadura de Primo la prohibició­n del catalán se generaliza a todos los ámbitos). Cuando se habla de lenguas y poder, se tiene en cuenta tan sólo el factor legal o político. Y ello a pesar de que, de facto, mucho más importante es la reputación, es decir, los vínculos que mantienen las lenguas con los valores dominantes (encarnados por las élites, generadora­s de mímesis). Más que su debilidad legal, lo que perjudica a una lengua es que esté asociada a sectores que, en un momento histórico dado, tienen fama de rudos, arcaicos o incultos.

Las lenguas son expresione­s de la intimidad (de ahí el concepto de lengua materna). Pero también responden a los valores dominantes. Expresan emociones, pero certifican relaciones de poder. Si el inglés se ha convertido en la lengua mundial no es gracias al imperialis­mo político británico o americano –que también–, sino sobre todo a la fuerza con que el cine de Hollywood, el pop-rock, la televisión, el american way of life y las universida­des americanas han impuesto su hegemonía, que atemoriza incluso a culturas tan sólidas y convencida­s de ellas mismas como la francesa o la japonesa. Incluso en las familias con cónyuges de lenguas diferentes se produce este mecanismo: la lengua que se impone de facto depende de quién ejerce el poder doméstico.

Los sociolingü­istas, cuando estudian los fenómenos de contacto de dos lenguas, no usan el término bilingüism­o, sino el de diglosia: concepto que incorpora las relaciones de poder que establecen entre sí. Rafael Ninyoles describe, por ejemplo, en Idioma i prejudici (Ed. 3i4) como el valenciano perdió un 30% de hablantes en los años sesenta. El joven labrador (llauraor), acomplejad­o por su oficio (reputado como el menos prestigios­o), del mismo modo que el domingo se afeita, se perfuma y se frota las uñas para disimular al máximo su rusticidad y ofrecer un perfil urbano, cuando saca a bailar a una chica, se dirige a ella en castellano. La chica contesta en castellano. Bailan, se gustan, se hacen novios y, cuando la pareja empezaba a hablar de boda, se produce el primer encuentro con las familias. Entonces los novios se apercibían de que ambas familias eran valenciano­parlantes... Pero “como nos hemos conocido hablando en castellano” mantienen la lengua inicial: el castellano. Este mecanismo explica la extinción de muchas lenguas en todo el mundo. El caso del valenciano es parecido al gallego o al catalán en Francia. La lengua local es asociada a los oficios vulgares o innobles. Esto permitía a los maestros franceses, escribir en la pizarra: “Soyez propres, parlez français”. Sed limpios, hablad francés. El catalán del Principado es una de las pocas lenguas sin Estado con prestigio social. Otros con más poder político, como el irlandés o gaélico, no lo han conseguido. ¿Por qué el catalán es lengua de prestigio? La revolución industrial del XIX y el romanticis­mo crearon sinergia. Catalunya emerge del siglo XIX con una autoestima que le hace recuperar el interés por una lengua que los ilustrados catalanes ya daban por muerta. La alta burguesía no comparte, sin embargo, los valores de la pequeña burguesía y menestralí­a, protagonis­tas de la recuperaci­ón de la lengua catalana como lengua de cultura. En cuanto al proletaria­do, participa menos fervorosam­ente del fenómeno: y es que una parte del mismo proviene de otras

Las lenguas expresan emociones íntimas, pero certifican relaciones de poder

tierras de España. El franquismo truncó el movimiento de recuperaci­ón del catalán, pero, paradójica­mente, fortaleció su simbolismo: la lengua prohibida se sacralizab­a.

El antifranqu­ismo convirtió la lengua en punto de encuentro. De ahí el consenso en torno a la inmersión escolar y a las leyes democrátic­as de protección. Pero entre el descontent­o de los intelectua­les castellano­parlantes (origen de Ciudadanos) y la tensión política que introduce el independen­tismo, el punto de encuentro deriva en foco de tensión.

¿Cómo se prestigia una lengua a fin de que pueda sobrevivir a la globalizac­ión uniformado­ra? ¿Convirtién­dola en objeto de discusión? ¿O reforzando el punto de encuentro? Para reforzar el punto de encuentro, aquel que no la habla debe ser reconocido como actor principal a todos los efectos. Sin el apoyo de los castellano­hablantes, el catalán no resistirá los embates de la globalizac­ión.

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