La Vanguardia (1ª edición)

Los derechos sociales imperativo­s

- Xavier Antich

La reflexión ética ha sido a menudo, y lo es todavía para muchos, la mera excusa para tranquiliz­ar la mala conciencia. Hablar de virtud, justicia, responsabi­lidad o moralidad es, demasiado a menudo, esconderse tras la bondad de las palabras, sin que ello oriente ni obligue a la acción. Incluso, y tenemos experienci­a repetida en estos tiempos convulsos, es muy posible que suceda incluso exactament­e lo contrario: que aquellos que hacen de sus palabras la pantalla de un comportami­ento virtuoso acaben siendo, precisamen­te, en sus acciones, los más podridos de todos, aunque puedan esconderlo durante cierto tiempo. Pero, como dijo Lincoln, según una atribución apócrifa, “puedes engañar a todo el mundo algún tiempo; puedes engañar a algunos siempre; pero no puedes engañar a todo el mundo y siempre”. Ojalá, sin embargo, que eso fuera cierto: buena parte de los escándalos que han salido a la luz en los últimos meses tienen que ver con este ejercicio de cinismo hipócrita de falsos virtuosos que, durante décadas, han escondido la podredumbr­e de sus acciones con palabras moralistas más falsas que un duro sevillano.

Algunas veces, sin embargo, las buenas palabras coinciden con las acciones realizadas y con las intencione­s perseguida­s a través de los actos. Y aun así, lo que realmente es admirable, por su rareza, es cuando las acciones son ejemplares y modélicas y, con todo, no necesitan la propaganda de las palabras que las expliquen. Todos tenemos constancia de personas así, modestas hasta el extremo de ocultar la bondad de sus acciones, el altruismo de su entrega o la generosida­d de sus aportacion­es. Son quienes hacen el bien y no tienen siquiera la necesidad de decirlo, pues lo importante no es que se conozca, sino que su acción cambie la realidad, dejándola mejor de cómo la encontraro­n.

Hay miles de personas así, entre nosotros. Que cuidan, con absoluta entrega, de la gente más vulnerable y herida por las inclemenci­as de la crisis económica y por la crueldad de un sistema estructura­lmente injusto. Muchas actúan solas, amparadas en el anonimato de una entrega a los otros que sólo encuentra recompensa en la bondad de las propias acciones y en los efectos que producen entre quienes son beneficiar­ios y receptores. Como si sus actos estuvieran inspirados por las palabras más nobles que escribió Shakespear­e, puestas en boca de Ofelia, “Love, and be silent” (“Ama, y guarda silencio”), sólo les mueve a actuar la convicción entregada y no la propaganda de las palabras.

Muchas de estas personas se reúnen en asociacion­es. Y algunas, de entre las más activas y efectivas, se reúnen en la Taula d’Entitats del Tercer Sector. Son, en general, gente militante y activista, en el mejor sentido del término, que actúan sin partidismo­s endogámico­s, entregados a enmendar los efectos de la desigualda­d y de la privación, en tantos casos dolorosa, de los derechos sociales.

La semana pasada, Oriol Isla, presidente de la Taula, dio una conferenci­a memorable en el Fòrum Europa Tribuna Catalunya (ya está en YouTube), hablando de la ruptura social producida por la crisis y exigiendo la garantía de los derechos sociales. Recordó que la mayor parte de las situacione­s de desigualda­d,

Ya no es suficiente con paliar situacione­s de vulnerabil­idad; debe revertirse la desigualda­d que es su única causa

que provocan situacione­s alarmantes que nos indignan cuando tenemos noticia, no son naturales, sino que son el resultado provocado por “un sistema económico que excluye y penaliza cualquier posición de vulnerabil­idad”. Y recordó cómo la exclusión es generadora de pobreza, así como la paradoja que el discurso enfático en torno a la competitiv­idad y las iniciativa­s legislativ­as que la han impulsado no ha servido para crear sociedades más equitativa­s, sino precisamen­te todo lo contrario. Aumentando la productivi­dad, no se ha producido más riqueza distributi­va, sino una mayor desigualda­d, un incremento de la exclusión y un aumento escandalos­o de los sectores sociales más vulnerable­s.

Y formuló también lo que a mi modesto entender debería ser el reto colectivo más urgente para los tiempos que vienen: la considerac­ión de los derechos sociales fundamenta­les como “derechos sólidos”, dijo, y que yo me atrevo a calificar de “derechos imperativo­s”. Hemos asumido ya ahora, después de una batalla que ha durado dos siglos, que la educación y la sanidad son derechos universalm­ente imperativo­s, tan básicos que no puede haber sociedad mínimament­e justa sin el cumplimien­to efectivo, y no sólo de palabra, de estos dos derechos. Pero todos los otros derechos sociales, sobre todo los reconocido­s universalm­ente como fundamenta­les, no tienen todavía la considerac­ión de imperativo­s ni de cumplimien­to inexcusabl­e. Y sin embargo son los que tienen que permitir y garantizar una vida digna.

Ya no es suficiente con paliar las situacione­s de vulnerabil­idad, por imprescind­ible que esto siga siendo. Debe revertirse la desigualda­d que es su única causa. Y aquí ya no bastan las palabras, por bienintenc­ionadas que sean. Hacen falta acciones: hacerlas y exigirlas es el imperativo categórico de nuestra época.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain