La mirada de Mali
MALICK SIDIBÉ (1936-2016) Fotógrafo maliense
Con 6.000 francos empezó la leyenda. En el año 1956, un joven militar francés destinado en Bamako, capital de Mali, vendió su vieja cámara de fotos a un chaval inquieto y risueño. Era Malick Sidibé. Sesenta años después, el mundo le despide como uno de los fotógrafos más importantes de África y un testigo de excepción de la historia del país africano. Cuando Sidibé, apodado “los ojos de Bamako”, falleció la semana pasada a los 80 años, el ministro maliense de cultura, N’Daye Ramatoulaye, habló a toda la nación. “Es parte de nuestra herencia cultural. Todo Mali está de duelo”, dijo.
Sidibé, nacido en Soluba, entonces parte del Sudán francés, decía que la alegría era su forma de trabajar. Cuando hace seis años recibió a este periodista y el fotógrafo Kim Manresa en su estudio de Bamako, Sidibé no paró de reír y hacer bromas en toda la mañana. “La risa es clave para hacer fotos; si la gente se relaja es fácil captar lo que ocurre”, decía. En aquel pequeño Studio Malick con estantes llenos de polvo, cámaras antiguas y recortes de revista en cualquier rincón, había nacido en 1960 el mito de la fotografía africana. Allí trabajaba durante 14 horas para después salir al anochecer a fotografiar la efervescencia de un país recién independizado de Francia. “Me hice fotógrafo gracias a la independencia de mi país y ahora tengo imágenes de toda su historia”, explicaba. Sus retratos de las clases populares y sus icónicas imágenes de las fiestas a la orilla del Níger son testimonio de la transformación de una nación que descubría por primera vez el twist, el chachachá, la rumba y el merengue. “Aquí no había costumbre de besarse ni abrazarse, pero ante el objetivo, los chicos y las chicas se dejaban llevar. A veces creo que la música y el cine nos hicieron evolucionar más que la independencia”, recordaba. Sidibé captó aquel cambio con su cámara.
Sus archivos, siempre en blanco y negro, recuperan un Mali alegre y exultante, interesado en la moda, el baile y la cotidianeidad. A su estudio de la rue 508 del barrio de Bagadasi se acercaban hombres y mujeres prestos a ser inmortalizados con sus nuevos peinados, sus vestidos de gala o sus disfraces. Su trabajo es un pedazo de historia de los malienses de a pie: en cientos de sus fotos aparecen malienses junto a objetos o animales como bicicletas o cabras.
El reconocimiento le llegó tarde, pero sin frenos. Después de exponer por primera vez en Francia en el 2005, dos años después, Sidibé se convirtió en el primer africano en ganar el León de Oro en la Biennal de Venecia. Poco después, ganó el premio PhotoEspaña y, en el 2010, le fue concedido el World Photo Press por su trabajo sobre moda publicado en The New York Times.
Sidibé se mantuvo ajeno a la fama y los aplausos. Ni siquiera pensó por un momento abandonar Mali cuando la guerra en el norte y la amenaza yihadista empujó al éxodo a las principales personalidades del país. Aunque el mundo se rendía a sus pies, en su barrio seguía siendo el fotógrafo popular del Studio Malick.
Si la pasión y la vitalidad de Sidibé eran arrolladoras —aseguraba que jamás había dormido más de cinco horas— también lo era su generosidad. Con el dinero de los premios, los libros y las exposiciones, regaló casas y taxis a familiares y amigos. También se acordó de sus raíces. En Soluba construyó dos escuelas para ser fiel a su máxima. “Paz y colegios, luego todo mejora”, repetía.