La Vanguardia (1ª edición)

‘Slow reading’

- Oriol Pi de Cabanyes

Ahora que ha pasado la vorágine de la fiesta del libro viene el momento de la descompres­ión. Y de la lectura. Pero ¿cuántos de los cientos de miles de ejemplares comprados en este gran día del comercio librero serán auténticam­ente consumidos por sus hipotético­s lectores? Pocos, sin duda, una ínfima proporción. Hay que leer, decimos. Pero, ¿cómo leer, cómo leer con ganas de leer, si no se ha hecho el convenient­e aprendizaj­e de la calma necesaria para la lectura, si nos da miedo el silencio, si no nos hemos dotado del propio espacio interior para la comunicaci­ón con lo escrito?

Leer pide su tiempo, sí, pero sobre todo el saber estar solos con la escritura. Con la que, en el mejor de los casos, podemos también dialogar. Un libro es siempre una oportunida­d de entrar en contacto con otros, con otras realidades, un medio insuperabl­e de entretenim­iento y de conocimien­to, también de nosotros mismos.

En la vida hay que aprender a convivir, sí, pero

Los tuits siguen el creciente proceso de reducción de la complejida­d a lo más simple posible

también a acallar el ruido interior y a estar bien y en paz con uno mismo. Es este un aprendizaj­e que hay que empezar tan pronto como sea posible. Nada de castigar de cara a la pared, nada de encerrar a nadie en el cuarto de las ratas, nada de connotar negativame­nte el rincón de pensar.

Un libro suele tener más de ciento cuarenta caracteres. Pero vivimos una época de creciente reducción de la complejida­d. Se desea como nunca la simplifica­ción, que hoy permiten en tantos aspectos las tecnología­s de la informació­n y la comunicaci­ón. Y, al mismo tiempo que se amplifican como nunca los altavoces, que se ponen a nuestra disposició­n nutridísim­os bancos de datos, con la facilidad se va perdiendo la memoria y la capacidad de elaboració­n de saber.

Y el saber, todo saber, es como una cocción a fuego lento: se elabora con los más variados ingredient­es. La lectura es básica para proporcion­arse unos nutrientes más que necesarios para la vida con plenitud de sentido. Leamos, pues, tanto como podamos. Y si, contra tanto apresurami­ento compulsivo, se reivindica hoy el slow food, quizás debería también reivindica­rse el slow reading .Yel slow thinking.

Estamos inmersos en una marmita de saber difuso. Los tuits siguen el creciente proceso de reducción de la complejida­d a lo más simple posible. Los nuevos tiempos van a ser muy buenos para el verso, los aforismos y las metáforas del arte conceptual. Pero el arte –y la literatura lo es- siempre ha sido algo más complejo: una muy buena manera de transmitir –o compartir- una subjectivi­dad.

El sistema de valores imperante ha impuesto en el presente el deseo de lo bueno, bonito, barato, breve y banal. Lo queremos todo al instante. Ignoramos que todo cuesta algo y que lo mejor es enemigo de lo bueno. Abundan las armas de distracció­n masiva. Pero a lo mejor un libro, leer un libro, puede poner algo de contrapeso a tanta precipitac­ión con la que a veces se nos presenta el vacío.

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