‘Slow reading’
Ahora que ha pasado la vorágine de la fiesta del libro viene el momento de la descompresión. Y de la lectura. Pero ¿cuántos de los cientos de miles de ejemplares comprados en este gran día del comercio librero serán auténticamente consumidos por sus hipotéticos lectores? Pocos, sin duda, una ínfima proporción. Hay que leer, decimos. Pero, ¿cómo leer, cómo leer con ganas de leer, si no se ha hecho el conveniente aprendizaje de la calma necesaria para la lectura, si nos da miedo el silencio, si no nos hemos dotado del propio espacio interior para la comunicación con lo escrito?
Leer pide su tiempo, sí, pero sobre todo el saber estar solos con la escritura. Con la que, en el mejor de los casos, podemos también dialogar. Un libro es siempre una oportunidad de entrar en contacto con otros, con otras realidades, un medio insuperable de entretenimiento y de conocimiento, también de nosotros mismos.
En la vida hay que aprender a convivir, sí, pero
Los tuits siguen el creciente proceso de reducción de la complejidad a lo más simple posible
también a acallar el ruido interior y a estar bien y en paz con uno mismo. Es este un aprendizaje que hay que empezar tan pronto como sea posible. Nada de castigar de cara a la pared, nada de encerrar a nadie en el cuarto de las ratas, nada de connotar negativamente el rincón de pensar.
Un libro suele tener más de ciento cuarenta caracteres. Pero vivimos una época de creciente reducción de la complejidad. Se desea como nunca la simplificación, que hoy permiten en tantos aspectos las tecnologías de la información y la comunicación. Y, al mismo tiempo que se amplifican como nunca los altavoces, que se ponen a nuestra disposición nutridísimos bancos de datos, con la facilidad se va perdiendo la memoria y la capacidad de elaboración de saber.
Y el saber, todo saber, es como una cocción a fuego lento: se elabora con los más variados ingredientes. La lectura es básica para proporcionarse unos nutrientes más que necesarios para la vida con plenitud de sentido. Leamos, pues, tanto como podamos. Y si, contra tanto apresuramiento compulsivo, se reivindica hoy el slow food, quizás debería también reivindicarse el slow reading .Yel slow thinking.
Estamos inmersos en una marmita de saber difuso. Los tuits siguen el creciente proceso de reducción de la complejidad a lo más simple posible. Los nuevos tiempos van a ser muy buenos para el verso, los aforismos y las metáforas del arte conceptual. Pero el arte –y la literatura lo es- siempre ha sido algo más complejo: una muy buena manera de transmitir –o compartir- una subjectividad.
El sistema de valores imperante ha impuesto en el presente el deseo de lo bueno, bonito, barato, breve y banal. Lo queremos todo al instante. Ignoramos que todo cuesta algo y que lo mejor es enemigo de lo bueno. Abundan las armas de distracción masiva. Pero a lo mejor un libro, leer un libro, puede poner algo de contrapeso a tanta precipitación con la que a veces se nos presenta el vacío.