La grandeza de Pires
Qué decir de la grandeza de Maria Joã Pires. Sólo después de haber escuchado las primeras frases del Concierto n.º 2 en fa menor de Chopin dejó ver su impronta no sólo magistral, sino sensible, con planos y matices, y por sobre todo, naturalidad y a la vez profundidad. La orquesta hizo su introducción brillante, quizá algo marcial el trombón, pero, oh sorpresa, las dos trompetas eran de las de tiempos de Chopin, con esa sonoridad tan peculiar. El tempo de Harding, algo rápido, fue compensado inmediatamente con el señalado por el canto del piano, y todo fue a mejor. El toque sutil, de sonoridad redonda que adquirió toda su dimensión en el Larghetto, en ejercicio correspondido de dinámicas e intensidad expresiva, tuvo una resultante de excepción. Quizá un instrumento menos brillante hubiera empastado mejor con la cuerda en ese movimiento lento. El trabajo de Harding fue muy prolijo y bien correspondido por los solistas, y reflejó el sutil fraseo de la pianista.
Hacía algún tiempo que no escuchaba a Harding, que parecía no avanzar de joven promesa apoyada por grandes maestros. Pero la sorpresa fue muy grata. Trabajar con orquestas de segunda línea le permite profundizar y hacer su trabajo a conciencia. Su versión de la Novena Sinfonía de Dvorak fue admirable, en la concepción global y en detalles de matices tanto de dinámica como de fraseo y acentos. Es una orquesta que responde y ya el primer movimiento fue rico; no hacer pausa entre los primeros movimientos acentuó el carácter y mantuvo una tensión excepcional, que dejó ver alarde de pianissimi y unas maderas con elaborada polifonía; en síntesis un Largo conmovedor. El público supo apreciar la versión, que siguió en absoluto silencio, al igual que al final, que dejó los segundos de respiración antes del aplauso. Bravo.