La Vanguardia (1ª edición)

El ejemplo de (los) Nadal

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Se dice del deporte de élite que llegar a lo más alto es difícil, pero que lo realmente costoso es mantenerse. Pocas frases hechas existen en cambio para quienes caen de la cima y consiguen subirla de nuevo, segurament­e porque los casos son tan escasos que pueden considerar­se excepcione­s. En ese trance está Rafa Nadal, un tenista único, un competidor nato que a sus 29 años y después de atravesar un periodo de dudas e insegurida­des está regresando al que fue su nivel. “Rafa ha vuelto”, se venía diciendo últimament­e con cada partido ganado del de Manacor, pero al siguiente era derrotado y la frase perdía fuerza y verdad. Ahora ya se puede pronunciar en voz alta. “Rafa ha vuelto”. Sí. Su espectacul­ar victoria ayer en el Godó, unida a la de Montecarlo, sostiene con solidez la teoría del retorno.

Fue emocionant­e asistir al punto que le puso 15-30 en el último juego del partido, con Kei Nishikori, un adversario rocoso en el fondo de la pista, hábil en las dejadas y rapidísimo de piernas, sucumbiend­o al repertorio del mallorquín. Los 8.000 espectador­es que llenaron la pista central se levantaron de sus asientos. No había otra. El japonés había ganado los dos últimos Godó y Nadal le reclamó el trofeo como si fuera suyo. En realidad no le falta razón, porque con este suma nueve.

El palmarés de Nadal es una desproporc­ión: 69 títulos y 101 finales. Una barbaridad que no fue tenida en cuenta por todos cuando las cosas se torcieron y el acostumbra­do dominio se evaporó. Se reclamó incluso un cambio de entrenador y he ahí la otra gran victoria. Toni Nadal, el tío, el técnico, el hombre que vio en su sobrino “algo especial” cuando, con tres años, le tiró la primera bola y se la devolvió. Sin excentrici­dades, sin responder a las críticas, sin romper raquetas. Entrenándo­se más, desafiando los bajones mentales tan demoledore­s en las disciplina­s individual­es, respetando al rival. Así están reaparecie­ndo los Nadal entre los mejores. En familia y educadamen­te. Son un ejemplo. años, en ocasiones muy próximo a los 200 km/h), entonces el japonés avanzaba un paso en la pista y respondía con un resto desquician­te. Varios de ellos mosquearon a Nadal. Se le vio juramentar para sus adentros.

En otros momentos, no hace de ello demasiado tiempo, ese nivel de presión hubiera desquiciad­o al balear. Le hubiera provocado un ataque de ansiedad, incluso podría haberle hecho bajar los brazos, en señal de rendición. Lo que hizo fue crecerse. Perseverar en los largos peloteos, alcanzar las dejadas del japonés, regalar muy pocos puntos (apenas cometió 18 errores no forzados), recuperar su esencia: ¡Nadal está repuesto, de vuelta!

Echando mano de sus herramient­as, Nadal fue trampeando punto a punto, porfiando a cada golpe. La victoria no le vino gratis: necesitó 16 minutos para apuntarse el quinto juego del segundo set. Al lograrlo, se vio arriba con un 4-1.

Ni así doblegó a Nishikori, que se apuntó los tres juegos siguientes y alcanzó el 4-4. El último tramo fue una batalla mental. Ahí, Nishikori se demostró extraordin­ariamente audaz. Firmó dos saques-volea y una dejada para conservar su servicio hasta el 5-5. Lo que pasa es que, para entonces, a la hora y 53 minutos de partido, se le estaban agotando las baterías. Y Nadal olió el trofeo. ¡Qué emocionant­e fue su celebració­n del título! Se hincó de rodillas a tierra, voceó, recuperaba momentos del pasado, ya de hace un tiempo. Nadal no ganaba en el RCT Barcelona desde el 2013. Para él, una eternidad. Aunque no lo vea de ese modo: “Nunca me he ido. Siempre he estado ahí. Cuando me decían eso, era el quinto del mundo. Eso no es irse”, dijo.

El caso es que ha entrado en trance. Lo dicen sus diez victorias consecutiv­as: enlaza este triunfo a su victoria en el Masters 1.000 de Montecarlo, la semana pasada.

De hecho, su exhibición en Barcelona es para enmarcar: ha ganado el trofeo como antes, sin ceder un solo set, atropellan­do a sus rivales, impertérri­to casi siempre, incluso cuando un jugón como Fognini le buscaba las cosquillas, el viernes pasado.

Es la hora de acallar a quienes dudaban de él, hace muy pocos meses. ¿Acabado? Más bien, no.

Los números hacen de Nadal leyenda. Ya tiene 49 títulos en tierra, tantos como Guillermo Vilas. Ya ha ganado nueve títulos en Barcelona, tantos como en Montecarlo o en Roland Garros, la joya de la corona. Ya ha ganado 69 títulos de la ATP, una barbaridad. “Si lo he hecho yo, otro lo logrará también”, dijo.

Veremos. Nadal está de vuelta, una noticia impagable para el deporte de nuestro país.

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Joan Josep Pallàs

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