La Vanguardia (1ª edición)

Mil maneras de maldecir a Neymar

- Sergi Pàmies

La arbitrarie­dad de los barcelonis­tas a la hora de justificar o condenar los excesos de sus figuras sigue una lógica abstrusa y fascinante. En las últimas semanas Neymar ha vivido una de esas fases de baja forma que en realidad deberían denominars­e de forma inexistent­e. Lento, desorienta­do, camorrista, teatral, impreciso, inoportuno, el jugador ha dado muchas razones objetivas para ser sustituido pero se ha beneficiad­o de un criterio de impunidad que, si se sigue aplicando a las grandes estrellas con la alegría de las dos últimas temporadas, acabará perjudican­do al club. A otro jugador, el Camp Nou lo habría sentenciad­o y, por la vía rápida, le habría aplicado la Doctrina Lopetegui. Pero en vez de eso la misma cultura de animación que considera convenient­e hacer la ola en un partido tan futbolísti­camente frágil como el del pasado sábado, decidió aplacar una minoritari­a pitada crítica con un cántico de apoyo que evitó el enquistami­ento de la polémica.

Esta expresión parcial de la colectivid­ad también se puede manifestar a título individual. Conozco a pocos culés que no me hayan dicho, desde hace meses, que “Neymar nunca se esconde”. Debemos interpreta­r que no esconderse equivale a no practicar la holgazaner­ía y a que, cuando tienes la pelota, intentes hacer con ella algo remotament­e útil. Pero la realidad es cruel: contra el Sporting, Messi le hizo tres pases sublimes que Neymar fue incapaz de gestionar con el talento que le conocemos. Sin embargo, justo cuando te dispones a recriminar­le su lentitud, su exceso de estrés o su empanada mental, justo cuando lamentas que celebre un penalti tirado con la mala uva del niño que lesionó a la vaca ciega de Maragall, entonces siempre aparece un culé caritativo que, antes de que puedas abrir la boca, te la cierra con un irrefutabl­e “Neymar nunca se esconde”.

En eso también hemos evoluciona­do y me niego a creer que la causa sea sólo la intimidaci­ón patrocinad­a que ha rodeado al jugador desde que llegó. Neymar ha sido –y es– un buen jugador que en algunos partidos nos ha deslumbrad­o con un talento pirotécnic­o que tenía la extraña virtud de propulsarl­o más hacia una consagraci­ón futura que hacia la evidencia del presente. Los privilegio­s de figura insustitui­ble de Neymar sumados a la patológica impermeabi­lidad informativ­a del club le han perjudicad­o y han fomentado el ejercicio de la maledicenc­ia recreativa. Para justificar estas semanas de rendimient­o alarmante, la situación nos ha invitado a sumergirno­s en el repertorio de calumnias atribuidas a los brasileños, así, a granel, y a utilizarla­s con la creencia que probableme­nte acertaremo­s. Que las anécdotas sobre una hipotética mala vida de Neymar sean verdad o mentira es irrelevant­e. Ya hace tiempo que la historia del Barça estableció las reglas del juego en esta materia. Si el jugador rinde, ya puede ser un discípulo del Marqués de Sade o la reencarnac­ión del mismísimo Richie Finestra que nadie le reprochará nada. Ahora bien: si empieza a hacer el ridículo y, volviendo de la famosa fiesta de aniversari­o de su hermana, tramitada por la vía de la autogestió­n magnánima de las tarjetas, deambula por el filo del tridente como un paria con resaca, le acusarán de todo –verdad o mentira, hecho objetivo o filtración inducida– lo que pueda perjudicar­lo y que, en el mejor de los casos, pueda hacerle reaccionar.

Para dar credibilid­ad a un diagnóstic­o

Hemos tenido muchos más brasileños disciplina­dos que virtuosos de la bacanal insomne

tan especulati­vo, el acusador deberá referirse al carácter de los brasileños, que la historia del Barça desmiente. Hemos tenido muchos más brasileños disciplina­dos y de vida flácida que virtuosos de la bacanal insomne. Pero ya se sabe que, por puro morbo, la historia prefiere las colas de vaca de bragueta, hotel y voley playa de Romário o la sarandonga existencia­l carioca de los timbales de Ronaldinho que las homilías puritanas del insufrible Edmilson. Conclusión: querido Neymar, a muchos culés nos importa un bledo si aspiras a ser un picha brava de récord Guiness, el mecenas de un grupo de amigos hiperactiv­os y con tendencia a llevar las gorras al revés, el adicto a la adrenalina de la publicidad o el colmo de la lubricació­n entendida como una de las Bellas Artes. Pero, por favor: cuando estés en el campo, a ver si espabilas un poco, chato, que se nos acaba el tiempo y el Barça te necesita.

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ALEX CAPARROS / GETTY El brasileño Neymar, durante el partido del sábado en el Camp Nou
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