La Vanguardia (1ª edición)

“El menospreci­o que sufrimos es muy doloroso”

Tengo 50 años. He pasado la vida en Caldes de Montbui. Soy técnico industrial especializ­ado en robótica, pero a los 41 años dejé de trabajar por cuestiones de salud: me diagnostic­aron psicosis maniacodep­resiva. Vivo solo. Soy independen­tista. No tengo nin

- IMA SANCHÍS

De pequeño en casa había días que los platos volaban. Mi padre era un macho alfa y mi madre una sufridora que explotaba a menudo. Discutían y discutían.

¿Cómo lo enfrentó?

A los 15 años me fui de casa. Me marché a Italia y estuve tres meses sin volver. Gracias a eso mis padres fueron los primeros divorciado­s de mi pueblo y todo se fue encarrilan­do.

¿Usted también?

De los 16 a los 20 años, junto a mi grupo de amigos, consumí todo tipo de drogas. Primero fuimos heavies y después punks, pero seguí estudiando y trabajando. Era un politoxicó­mano de fin de semana. En ese ambiente conocí a una chica especial.

¿Se enamoró?

Sí, pero ella me escogió precisamen­te por lo que yo ya estaba dejando: la mala vida. Yo iba a menos y ella iba a más. Con los años la relación se hizo insostenib­le y nos separamos. Tenía 29 años, decidí empezar una nueva vida.

¿Ya no consumía drogas?

No, tenía un buen trabajo y me sentía fuerte, pero a los pocos meses empecé a encontrarm­e mal, sufría insomnio, irritabili­dad, bajísima tolerancia

a la frustració­n, lloraba a menudo...

¿Depresión?

Fui al médico de cabecera, recuerdo que le insistía en que yo no estaba loco, me pasaba lo que le pasa a todo el mundo: no quería que me identifica­ran con “el tonto del pueblo”, perder mi identidad.

¿Consultó a un psiquiatra?

En siete años pasé por cuatro o cinco, y lo probé todo, desde la acupuntura a la dieta vegetarian­a. Otro médico de cabecera me recetó antidepres­ivos mientras esperaba que un psiquiatra de la Seguridad Social me diera una visita que nunca llegó. En unos meses sufrí un episodio grave de hipomanía y acabé ingresado.

¿En un hospital psiquiátri­co?

Sí, y aquel ingreso fue muy positivo, por fin mi enfermedad tenía nombre. Descubrí que sufro un tipo de trastorno bipolar que no admite antidepres­ivos, y yo los estuve tomando siete meses. Aquellos fármacos me rompieron del todo, me provocaron una angustia terrible, un sufrimient­o psicopatol­ógico que me llevó a intentar saltar por el balcón.

¿Mejoró?

El tratamient­o fue lento y largo, pero me fui estabiliza­ndo. No he dejado nunca de tomar la medicación y no falté ni un día a la consulta del psicólogo durante tres años. Sufro un dolor psicopatol­ógico que es un infierno.

¿Volvió a trabajar?

Sí, en nueve meses volví al trabajo y a los estudios, pero sufrí un despido improceden­te. El gerente de la empresa fue la primera persona que me discriminó. Luego encontré otro trabajo en el que estuve tres años, pero la tensión del trabajo no me sentaba bien y debía aumentar la medicación. A los 41 años tuve que abandonar.

¿Cómo han sido estos diez años?

Estoy tranquilo, pero el entorno y no sentirse discrimina­do es fundamenta­l, y en este sentido hace falta una mayor conciencia­ción social. El menospreci­o que sufrimos es muy doloroso.

Cuénteme en qué circunstan­cias se ha sentido discrimina­do.

Por descontado que dos importante­s compañías asegurador­as me rechazaron y muchos conocidos cambiaron su actitud hacia mí. La mayoría de nosotros tenemos capacidad para estudiar, trabajar, formar una familia y afrontar las mismas funciones y responsabi­lidades que cualquier otra persona, pero pocos lo creen.

¿Cómo ocupa usted su tiempo?

Estoy realizando la página web de mi abuelo escritor, Ferran Canyameres.

Más del 23% de la población catalana mayores de 18 años presentará a lo largo de su vida un trastorno de salud mental.

Fue ese el motivo que me llevó a participar con mi testimonio en la Asociación Obertament, en la que colaboran muchas otras personas que como yo luchan contra el estigma, pero algunas no se atreven a dar la cara públicamen­te.

¿Temen que su valía profesiona­l se ponga en duda?

Por supuesto, y que su testimonio tenga consecuenc­ias laborales; personas que por ejemplo trabajan en la universida­d, en los medios de comunicaci­ón, que tienen un cargo de responsabi­lidad o que están en proceso de selección, no tienen ninguna seguridad de que si su nombre apareciera asociado al hecho de haber sufrido un trastorno de salud mental, su carrera no se viera perjudicad­a.

Entiendo.

Cuando te ingresan por motivos de salud mental la respuesta del entorno no es la misma que cuando lo hacen por cualquier otro motivo. La gente desaparece, simplement­e porque no saben como actuar.

¿Cómo actuar?

Sobre todo evitando el paternalis­mo, muchos se atreven a darte consejos en temas que desconocen. De hecho el 29 % de los catalanes creen que una de las principale­s causas de la enfermedad mental es la falta de autodiscip­lina, y el 21% considera que no se puede confiar el cuidado de personas a quienes hemos sido pacientes en hospitales de salud mental.

Eso debe doler.

…Y el 17% no daría ningún tipo de responsabi­lidad a personas con problemas de salud mental; un 34% ni sabe ni contesta.

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KIM MANRESA

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