El ruido y la furia
Miguel Ángel Aguilar habla de la próxima campaña electoral, en la que todos buscarán lo mismo: “ganar la atención, que es el recurso más escaso”. Pero “la ley de Weber y Fechner –continúa– determina que para el crecimiento de las percepciones en progresión aritmética los estímulos deben hacerlo en progresión geométrica. De manera que preparémonos para el estruendo”.
Instructiva la visita a la exposición que en el Museo Reina Sofía pasa revista al arte surgido en las escombreras del franquismo y demuestra de paso, como ha escrito Noelia Sastre en el periódico Ahora, que el exilio no estuvo al alcance de todos los españoles, desmintiendo el lema reiterado hasta la obsesión por el nodo. Buena ocasión también para el reencuentro con El florido pensil, esa memoria de la escuela nacional católica publicada en 1994 por Andrés Sopeña Monsalve.
Por esas rutas imperiales, en paralelo con la cartilla de racionamiento y caminando hacia el dios de las montañas nevadas y las banderas al viento, se confirma el compendio de España púrpura y andrajo y se hace memoria de canciones infantiles como la de: “Ahora que somos pequeñitos / y de pueril inteligencia / no sabemos apreciar / el bien que se nos hace / en esta santa casa”. Ese podría ser el himno que abriera y cerrara los actos que vaya a convocar el Partido Popular para presentar a su nunca bien ponderado candidato Mariano Rajoy en esta nueva rueda de la fortuna.
¿Qué será de la Red Floridablanca al comprobar que al fin el consejero áulico Pedro Arriola y sus mariachis ven refrendada demoscópicamente su estrategia del fumando espero? Sígase la línea de puntos en línea con la canción de Saritísima, para quien, como sucede también en el caso de Rajoy, fumar era del mismo modo un placer genial dado que mientras fumaba se detenía el tiempo de los relojes y flotando el humo se dejaba invadir por el adormecimiento. En nuestro caso, se barrunta que se verá fortalecida una extraña correspondencia entre el Rajoy indolente, impasible ante los casos de corrupción que estallan incesantes en su entorno inmediato, del que debiera responder de modo inexcusable, y unos votantes ahumados en el cinismo consentidor, siempre que de este atisben provechos para los intereses propios por obscenos que fueren.
Llega la bronca personalista por la composición de las candidaturas y los quince días de campaña formal en lugares de pequeño formato. Todos con el mismo intento: ganar la atención, que es el recurso más escaso. La ley de Weber y Fechner determina que para el crecimiento de las percepciones en progresión aritmética los estímulos deben hacerlo en progresión geométrica. De manera que preparémonos para el estruendo.