Julià Guillamon
PREMIO SERRA D’OR
Julià Guillamon, por su biografia de Perucho, es uno de los premios Serra d’Or, junto a Martí Domínguez, JosepRamon Bach, Pep Albanell, Pere Villalba, Joan Yago o Parking Shakespeare y Lali Álvarez.
Durante muchos años fue uno de los faros que iluminaron la cultura catalana, demostrando cómo gente de pensamiento diverso, y a menudo antagónico (una lección que hoy se añora), podía trabajar junta por una meta común. Serra d’Or entregó ayer los premios de su 50.º aniversario, evidenciando que se pueden ganar lectores en catalán y al mismo tiempo dar prestigio a los autores literarios.
El premio de novela fue para La sega ( Proa), de Martí Domínguez, el escritor valenciano que ha hecho en pocos días el doblete, después de re- cibir el premio de la Crítica. Un galardón simbólico, porque él también celebra sus 50 años. Y unos premios que tienen como elemento común el tratamiento del mal. En La sega, entre otros temas, la violencia y la crueldad entre los jefes franquistas y el maquis sobre una tierra torturada, el Maestrazgo. En los poemas de Caïm (Tres i Quatre), Josep-Ramon Bach se inspira en Bacon para hacer un retrato a lejía del ser humano, y si para Byron, Caín no es el primer homicida, sino el primer disidente romántico, Bach dice “ploro de ràbia / en saber-me ja immune / al dolor de cada dia”.
La maldad también sale en el libro de memorias (premio de Narra- ción) Les fantasies del nàufrag ( Bromera), de Pep Albanell, los recuerdos de un niño nacido en Vic y trasladado a La Seu, náufrago Robinson en una tierra de frontera de guardias civiles y capellanes vestidos de negro donde le hacen bulling se y él se pregunta si la gran literatura necesita de los malos sentimientos, mientras se inicia en la lectura de un idioma prohibido como la sexualidad.
Julià Guillamon recibió el premio de Estudios Literarios por su monumental trabajo Joan Perucho, cendres i diamants (Galaxia Gutenberg), un autor omitido, que también sabía que todos somos al mismo tiempo Caín y Abel, y que amaba los vampiros. Josep Maria Jaumà fue premiado por su traducción de Irlanda indòmita. 150 poemes de W.B. Yeats, una otro proeza editorial de Edicions de 1984, que no desiste de publicar libros tan necesarios como difíciles de amortizar.
El premio de Investigación de Humanidades recayó en Ramon Llull: vida i obres, de Pere Villalba, el primero de los tres volúmenes de la obra impulsada por el Institut d’ Estudis Catalans y la Fundació Elsa Peretti. El de Otras Ciencias, fue a parar a La ciència en la literatura (Universitat de Barcelona), de Xavier Duran. El de Catalanística ha sido para Mount Canigó. A tale of Catalonia, de Ronald Puppo, Verdaguer dado a conocer a los lectores anglosajones.
“Muchos compañeros han dejado el teatro porque no podían llevar comida a casa. Se habla de desertización cultural, pero no es un desastre climatológico. Es una tala cons- ciente para sembrar otras cosas que aportan más rendimiento”, dijo Joan Yago, cuando recibió el premio texto de Teatro por You say tomato. El premio de Teatro Espectáculo fue para Ragazzo, de Lali Álvarez, y el de Teatro a la aportación más interesante, a la compañía Parking Shakespeare.
Històries de Nasrudín (Petit Fragmenta), con texto de Halil Bárcena e ilustración de Mariona Cabassa, se llevan el Infantil. El Juvenil ha ido a Gisela Pou por La noia de la mitjanit ( Edebé) y a Lemmiscates por Arbres (Ekaré).
Josep Massot i Muntaner, director de Publicacions de l’Abadia de Montserrat, recordó el estado de represión y ahogo, con rígida censura estatal, que había hace 50 años, y al grupo reducido de intelectuales, nacidos después de la guerra, que tuvieron que aprender a escribir en un idioma que no habían podido estudiar.
El conseller Santi Vila, a partir de una frase de Virginia Woolf (“aquel que nos roba los sueños, nos roba la vida”), agradeció a la revista y a los premiados que “con vosotros, siempre podremos soñar. Ahora hay que trabajar para que el sueño colectivo sea una realidad. Un país creativo, con ciudadanos libres, con igualdad de oportunidades.”
“Muchos compañeros han dejado el teatro porque no podían llevar comida a casa”, dice Joan Yago