Libre comercio o respeto ambiental
La negociación del tratado desvela las presiones de la industria sobre los estados para devaluar las regulaciones
Los documentos filtrados por Greenpeace en Holanda sobre el actual estado de las negociaciones del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, por sus siglas en inglés) apuntan un serio riesgo de que se devalúen las normativas europeas en materia de protección de la salud pública, del consumidor y del medio ambiente. La presión que muestra EE.UU. es evidente. Pero en muchos casos es la UE “la que se muestra interesada en que caigan leyes y políticas que aún protegen los derechos e intereses de las mayorías sociales en Europa y Norteamérica”, dice Tom Kucharz, de Ecologistas en Acción.
Trato nacional. El tratado obligaría a los gobiernos a dispensar a las empresas extranjeras el mismo trato que a las empresas nacionales (pymes, de economía social o solidaria...). Estas últimas no pueden tener preferencia o prioridad en los contratos de compra o licitación pública por el hecho de que dan empleo local o respetan los estándares sociales, ambientales o laborales de sus países. Cláusulas sociales en contratos públicos o ayudas públicas a la vivienda social para jóvenes podrían ser consideradas un ataque al libre comercio y motivar que las empresas multinacionales puedan recurrir a tribunales internacionales si se sienten discriminadas.
Contratos públicos. No sólo reclaman libre comercio las empresas norteamericanas para entrar en Europa. También hay bloqueos que impiden que las empresas europeas penetren en EE.UU. El Gobierno de este país pretende excluir del TTIP los servicios marítimos. El transporte de mercancías vía marítima dentro de Estados Unidos está blindado a los barcos norteamericanos desde 1920. Grandes empresas españolas de la construcción querrían dragar los puertos de Estados Unidos, algo que ahora no pueden hacer. “Aproximadamente, el 70% del comercio internacional está en manos de 17.000 empresas transnacionales. Solamente a ellas les interesa este acuerdo”, dice Kucharz.
Comercio, lo primero. Los críticos con el tratado (entre ellos, Greenpeace) destacan que ambas partes están negociando un acuerdo que sitúa los beneficios económicos por encima de la vida, la salud y el medio ambiente. “Se ponen en peligro los principios sobre salud, derechos humanos o protección ambiental”, apunta Kucharz. “La meta es clara: es eliminar las barreras sólo para la acumulación de be- neficios de las multinacionales”, añade.
Sustancias químicas. La industria química de EE.UU. y de la UE quiere devaluar con el tratado las regulaciones europeas que impiden o restringen el uso de sustancias químicas o pesticidas peligrosas. Su presión puede afectar incluso a los procesos de regulaciones futuras, como se está viendo. En la UE, rige un principio de precaución, mientras que la legislación norteamericana da prioridad a la comercialización de los productos, de manera que sólo se retiran si se demuestra a posteriori que son dañinos. También inquieta la posibilidad de que se pueda comercializarse en la UE carne hormonada (aceptada en EE.UU.) o piensos a base de harinas de origen animal.
Clima. En los documentos filtrados se soslaya la protección del cli- ma y el acuerdo sobre el clima de París (diciembre del 2015), que dejaba claro un punto: se debería evitar un incremento de la temperatura mundial por debajo de 1,5ºC respecto a la temperatura de la época preindustrial, para evitar una crisis climática con efectos desastrosos. La presión de la industria petrolera en las negociaciones climáticas y comerciales ya ha sido poderosa. De hecho, ya modificó la metodología para medir la calidad de los carburantes, lo que ha permitido a la UE da luz verde a la importación de los hidrocarburos más sucios, las arenas bituminosas ( tar sands) de Canadá.
Cosméticos. La posición por ahora entre ambos países es irreconciliable. La UE limita o prohíbe los experimentos con animales destinados a obtener productos cosméticos. Incluso los etiqueta o los prestigia con el rótulo “testados sin usar animales”, lo que Estados Unidos considera una barrera.
Transgénicos. Las presiones ya se han notado en este punto. La UE autorizó el año pasado la importación de nuevas variedades modificadas (maíz y soja usados en piensos). Además, la CE ha retrasado de manera clamorosa la directiva sobre disruptores endocrinos (alteradores hormonales), tras la presión de diversos lobbies de la industria química.
Denominación de origen. En los documentos filtrados, EE.UU. admite que no está ni siquiera de acuerdo en el pacto ya alcanzado en el año 2006 sobre la prohibición para las multinacionales de la industria alimentaria de EE.UU. de usar 17 marcas de vinos con denominación de origen. La UE quiere defender las grandes marcas con denominación de origen y desea eliminar toda posibilidad de que los productores de Estados Unidos puedan usar los nombres de esas 17 denominaciones de origen.
Arbitraje. Cuando las empresas multinacionales vean rechazados o vetados sus proyectos, podrán recurrir a arbitrajes internacionales privados. Pero en estos arbitrajes se da prioridad a la salvaguarda de las inversionistas, por encima de las legislación social, laboral o ambiental del país.