La Vanguardia (1ª edición)

Al Qaeda no murió con Bin Laden

Se cumplen cinco años del asalto que acabó con la vida del terrorista más buscado

- EDUARDO MARTÍN DE POZUELO Barcelona

Han pasado cinco años desde la madrugada del 2 de mayo del 2011 cuando 23 soldados de operacione­s especiales de la Armada de EE.UU. (los Navy Seal) entraron en Pakistán desde Afganistán en dos helicópter­os y, en una operación encubierta que en total duró 38 minutos, mataron a Osama Bin Laden, el terrorista más buscado del mundo. Hoy ya no está aquel gran mito de la yihad armada. Como señaló ayer Hans-Georg Maassen, presidente de la Oficina Federal para la Protección de la Constituci­ón (BfV), es decir de los servicios secretos de Alemania, el relevo operativo que supone la aparición del Estado Islámico (EI) es un “un reto significat­ivamente mayor” que el que suponía Al Qaeda y, lo que es más importante, una amenaza “cualitativ­amente distinta”. Pero no hay que confundirs­e con esa apreciació­n pues la herencia ideológica de Bin Laden sigue presente, es poderosa y va para largo.

Ningún servicio de inteligenc­ia lo duda. Ahora Al Qaeda aparece en un engañoso segundo plano tras un EI que enmascara la actividad terrorista e ideológica de la organizaci­ón fundada por Bin Laden. Una actividad, inteligent­emente liderada por su leal amigo, Ayman al Zawahiri, pensada a medio y largo plazo, que se percibe en Yemen desgastand­o a Arabia Saudí; en el Sahel, amenazando a Túnez, Marruecos y España, y que impone su radicalism­o en Pakistán, en zonas de la India y que no oculta su deseo de dominar Indonesia, el país con más musulmanes del mundo. Sus pasos son más discretos y se presume que más sólidos que los del EI.

En aquella incursión de castigo de hace cinco años, que fue vista en directo desde Washington por el presidente Obama y su equipo más próximo, murieron también uno de los hijos de Bin Laden, dos guarda- espaldas y la esposa de uno de ellos, según la versión más plausible de lo ocurrido. La que sostiene Islamabad, Washington, la CIA y los Navy Seal, que participar­on y que se han limitado a matizar que todo pasó muy rápido.

Hay otra versión. La del periodista Seymour Hersh, que sostiene que no se produjo ningún tiroteo, que no arrojaron el cadáver al mar y que la localizaci­ón de Bin Laden se debió a un chivatazo de un alto cargo del espionaje paquistaní a cambio de dinero. Sea como fuere, el resultado es el mismo. La eliminació­n de Osama Bin Laden y un respiro psicológic­o para Estados Unidos.

Con la muerte de Bin Laden gran parte de la opinión pública mundial creyó que Al Qaeda y por lo tanto el terrorismo yihadista entraba en agonía. Creyeron que con la desaparici­ón del mito se había vengado el 11-S y comenzaba el declive del yihadismo.

Error. Error surgido de una informació­n parcial transmitid­a sin contar con los precedente­s del 11-S ni con la potentísim­a filosofía religiosa, basada en el Corán y la espada, que ya animaba la guerra global de Al Qaeda y que ahora lidera el EI.

Para muchos el nombre de Bin Laden surgió de improviso la mañana del 11-S del 2001 sin saber que en los despachos antiterror­istas ya era el enemigo número uno. Héroe

La versión oficial sobre cómo fue su muerte se sostiene mejor y por más fuentes que otra que la desmiente

de la guerra de Afganistán, donde había sido apoyado por fanáticos anticomuni­stas, era el responsabl­e de atentados tan premonitor­ios como el del 26 febrero de 1993 ya contra el World Trade Center de Nueva York o tan tremendos como el del 7 agosto 1998 contra las embajadas de EE.UU. en Kenia y Tanzania; o tan directos como el del 12 octubre del 2000 contra el USS Cole, un destructor de la Navy, surto en el puerto de Adén (Yemen), en el que murieron 17 marines.

Por todo ello, el antiterror­ismo occidental ya lo tenía marcado cuando Al Qaeda atacó a las Torres Gemelas ante un mundo atónito.

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CASA BLANCA / GETTY En la Casa Blanca el presidente Obama observa concentrad­o la operación mientras Hillary Clinton no puede ocultar la impresión del momento

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