De campaña permanente
Llevamos un año de campaña: municipales (24 de mayo del 2015), elecciones plebiscitarias catalanas (27 de septiembre del 2015), elecciones generales (20 de diciembre del 2015). Y ahora nos encaminamos hacia la llamada segunda vuelta de las generales (26 de junio del 2016). Se trata de una segunda vuelta sui géneris: se celebrará tras medio año de interinidad política. El reloj hacia la repetición de elecciones no se puso en marcha hasta el 2 de marzo (la primera votación de investidura de Pedro Sánchez). Era la primera vez que se aplicaba el artículo 99.5 de la Constitución: “Si transcurrido el plazo de dos meses (…) ningún candidato hubiera obtenido la confianza del Congreso, el Rey disolverá ambas Cámaras y convocará nuevas elecciones...”. Antes se había producido otra novedad: era también la primera vez que un candidato (Rajoy) declinaba el encargo del Rey de someterse al voto de investidura.
El problema no es tanto que se deban convocar nuevas elecciones como que su celebración se produzca seis meses después del 20-D. Las segundas vueltas, como es el caso de las elecciones francesas, se celebran la semana siguiente (legislativas) o a los quince días (presidenciales). Más allá de la disparidad de sistemas electorales (proporcional y mayoritario), el tempo de una segunda vuelta en caliente contribuye a aumentar la participación y sirve para favorecer la gobernabilidad (en la primera vuelta el elector vota con el corazón y en la segunda lo suele
Una segunda vuelta en caliente aumenta la participación, pero al cabo de seis meses fomenta la abstención
hacer con la cabeza y, sobre todo, pensando en la cartera). Por el contrario, una segunda vuelta a los seis meses de la primera contribuye a fomentar el sentimiento de hartazgo del electorado y, en consecuencia, alimenta la abstención. Una estrategia de desgaste que favorece en primer lugar al partido del Gobierno en funciones: el PP tocó fondo el 20-D y sus casos de corrupción sistémica ya le pasaron factura entonces.
El problema no es que la campaña dure quince días, como prevé la ley orgánica del Régimen Electoral General, sino que en la repetición de elecciones rija el mismo plazo que en las citas ordinarias: 54 días después de la publicación del decreto de convocatoria. La campaña permanente se adentra así en una fase aguda de casi dos meses. Más agitación y propaganda. La llamada contienda electoral (sinónimo de batalla) se regirá por los “Principios elementales de la propaganda de guerra (utilizables en caso de guerra fría, caliente o tibia)”, que la historiadora Anne Morelli resumió inspirándose en las enseñanzas de lord Ponsonby: “1. Nosotros no queremos la guerra. 2. El adversario es el único responsable. 3. El enemigo tiene el rostro del demonio. 4. Enmascarar los fines reales presentándolos como nobles causas. 5. El enemigo provoca atrocidades a propósito; si nosotros cometemos errores, es involuntariamente. 6. El enemigo utiliza armas no autorizadas. 7. Nosotros sufrimos muy pocas pérdidas; las del enemigo son enormes. 8. Los artistas e intelectuales apoyan nuestra causa. 9. Nuestra causa tiene un carácter sagrado. 10. Los que ponen en duda la propaganda de guerra son unos traidores”.
Ya tienen el manual de campaña.