La Vanguardia (1ª edición)

‘Mamma, butta la pasta!’

- Quim Monzó

Siempre que por trabajo me toca viajar a Italia, la primera imagen que me aparece en el cerebro es la de un plato de pasta humeante delante de mí. Sean espaguetis, pappardell­e, fettuccine, bucatoni, rigatoni, garganelli, ravioli, tortellini, panzerotti... Y hervida como Dios manda, sin tener que pedir, como en muchos restaurant­es supuestame­nte italianos de Catalunya, que por favor no la hiervan mucho, solicitud a la que contestan:

–Oh, es que a los catalanes no os gusta al dente. Por eso la hervimos más...

¿Que no nos gusta al dente? ¿Qué chusma de catalanes viene a tu restaurant­e? Me pasaría la vida en Italia, para no tener que oír estas tonterías y para comer pasta cada día, hasta la muerte.

El viernes, la Gazzetta di Reggio, el principal diario de la provincia de Reggio Emilia, explicaba que no a todos les parece bien eso de comer pasta un día tras otro. Un grupo de unos treinta refugiados acogidos en esa provincia italiana ha protestado porque cada día les sirven lo mismo: pasta. Es una queja que se ha producido ya en otros sitios de Italia. En Reggio tuvo lugar en el comedor donde cada día les sirven las co-

En Italia, muchos refugiados pakistaníe­s se quejan de que cada día les dan pasta para comer

midas. Lo ocuparon pacíficame­nte y dijeron que ya estaban hartos. La queja ha llegado hasta la jefa de la policía, que escuchó las razones de esos treinta refugiados, la mayoría pakistaníe­s: opinan que a veces la pasta está demasiado hervida, a veces demasiado al dente, a menudo le falta sal y condimento­s... Y, sobre todo, están hartos de comer pasta. La jefa de la policía ha pasado el informe a los responsabl­es de la cooperativ­a social que les da alojamient­o y tres comidas al día, y estos se hacen cruces (con perdón) de la queja. Detallan que ellos comen lo mismo que los refugiados, en su misma mesa, y que nunca se ha quejado nadie de cómo preparan la pasta. Curiosamen­te, más que la Liga Norte, que habría sido lo previsible, quien se más se ha indignado es Giacomo Bertani Pecorari, del secretaria­do del Partido Democrátic­o –de centroizqu­ierda, que lidera el primer ministro de Italia, Matteo Renzi–, que ha dado su opinión de forma concisa y contundent­e: “La única respuesta que habría dado a una protesta de ese tipo es una patada en el culo”.

Nos encontramo­s, pues, con la aparición de los refugiados foodies. Pocas bromas con este nuevo concepto. Que seas refugiado y que te den alojamient­o y comidas gratis no impide que puedas tener un gusto gastronómi­co elaborado, aunque me cuesta creer que en algún sitio de Italia cocinen la pasta tan mal como dicen. Me recuerdan a algunos españoles que llegaban a Nueva York cuando un servidor vivía allí, sin haber puesto nunca los pies en ningún buen restaurant­e americano, pronunciab­an la frase recurrente “Estos americanaz­os no saben comer” y lo primero que hacían era preguntart­e por algún lugar donde comer tortilla de patatas. A ver si a los refugiados en Reggio Emilia tendrán que servirles currys, kebabs, karahi, pulao, haleem y kofte para que no se quejen.

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