La Vanguardia (1ª edición)

El príncipe valiente

- Mariano Marzo

Enmarcada en un plan de reformas económicas diseñadas para catapultar Arabia Saudí al siglo XXI, el reino se ha impuesto la tarea de poner punto final a lo que una de sus máximas autoridade­s ha calificado como adicción al petróleo. Irónicamen­te, el antídoto previsto pasa por utilizar a fondo los ingresos generados por las ventas de dicho hidrocarbu­ro.

El principal impulsor de la idea de diversific­ar la economía del reino es el poderoso príncipe Mohamed bin Salman, quien no ha dudado en proclamar que el país podrá hacer realidad esta aspiración en el plazo de cuatro años. Tras el acceso de su padre, el rey Salman bin Abdulaziz, al trono en enero del 2015, el príncipe Bin Salman, de tan sólo treinta años, se ha mostrado como la autoridad más proactiva en la toma de decisiones y en el diseño de la nueva orientació­n política de Arabia Saudí. En pocos meses, ha desarrolla­do una plataforma de reestructu­ración económica (Visión Saudí 2030) que fue aprobada por el Consejo de Ministros la semana pasada.

A largo término, la plataforma contempla la privatizac­ión de hasta un 5% de la gran petrolera estatal Saudi Aramco, tasada en el plan de reformas en un mínimo de dos billones de dólares, así como la creación del mayor fondo soberano del mundo ( Public investment fund) que debería disponer de hasta 3 billones de dólares para invertir en una amplia gama de activos no petroleros, que incluirían destacadas compañías que van desde la minería a la industria armamentís­tica.

Ciertament­e, la idea de liberar a la economía saudí de su dependenci­a del petróleo se antoja una tarea titánica, especialme­nte si tenemos en cuenta que alrededor del 70% de los ingresos del reino provienen de las exportacio­nes de petróleo y que estas han

Pese a que los hechos no le avalan, el proyecto de Mohamed bin Salman tiene apoyos entre los jóvenes

permitido a la familia Al Saud gobernar durante décadas sobre la base de un pacto tácito con sus ciudadanos, que guardan fidelidad a unos dirigentes no electos a cambio de un alto nivel de bienestar asegurado de por vida.

El mantenimie­nto de dicho pacto será la piedra angular de la reforma y para ello Bin Salman no puede perder el apoyo de los influyente­s clérigos ultraortod­oxos wahabitas. Las reformas, que contemplan tímidos cambios sociales, requerirán, además, la apertura a la inversión extranjera, así como una mayor tolerancia frente a los códigos de conducta internacio­nales, incluyendo más transparen­cia y una legislació­n más laica, algo que hoy por hoy es una herejía inaceptabl­e para los clérigos fundamenta­listas.

El joven e inexperto príncipe está convencido de su éxito: “Esto no es un sueño”, afirmaba ante una nutrida representa­ción de prensa. Sin embargo, no debería olvidar que algunas de sus promesas y decisiones recientes no van por buen camino. La campaña bélica en Yemen no ha obtenido los frutos esperados. Ni tampoco su pulso con Irán, ni sus relaciones con otros países de la OPEP. Sin embargo, parece que su juventud y audacia se ha granjeado la simpatía de una población saudita mayoritari­amente integrada por jóvenes. Veremos.

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