Relojes sin cuerda

UN hombre con pereza es un reloj sin cuerda (Jaime Balmes). Los partidos afrontan esta campaña con desgana, sabedores de que poco va a cambiar el panorama por lo que dicen las encuestas. Y aunque algún clásico hablaba de la pasión de la pereza, es evidente que la abulia se parece más al sopor del crepúsculo que a una noche loca. Si la suerte está echada, ¿por qué pedimos de nuevo cartas?, se preguntan los jugadores de esta partida inesperada. Este es el peor de los males de una campaña que unos desean corta, otros de perfil discreto y unos terceros, barata. Asistimos a esta repetición de la jugada sabiendo que no alterará el resultado. Así que, escuchando a sus protagonistas, parece que la campaña moleste. Más que una oportunidad, les es un estorbo; más que un comodín del destino, les resulta una piedra en el camino. Esta novedad de nuestra historia democrática no hace aflorar lo mejor de los líderes de la nueva y vieja política, sino la modorra de lo repetido. No se entiende que en el tiempo de prórroga los equipos no busquen el desempate. En política, si el empate persiste, no hay penaltis, sino unas terceras elecciones. Algo impensable que podría hacer perder la fe en el sistema, el respeto a las reglas del juego.

Da rabia. O mejor, produce impotencia ver la desidia de los dirigentes de la vida pública española. Unas elecciones siempre son un nuevo melón por abrir: hasta que no se abren, no se tiene la certeza de sus virtudes. Tocaría poner entusiasmo a este tiempo de espera y ardor al periodo de propuestas. El CIS reflejaba ayer que el 36% de los electores decidió su voto con la campaña y el 26,9%, en la última semana antes de las elecciones. Así que hay mucho voto por pelear, no es verdad que sepamos el final de la película. El 26-J no es el día de la marmota, ni el resultado a las diez de la noche, un spoiler de la demoscopia. Se necesitan más alternativas y menos apatía. Y los relojes en hora.