La Vanguardia (1ª edición)

Un respiro antes del 26-J

- Jaume V. Aroca

La mayoría de las noticias que le llegan a la opinión pública de los políticos españoles surgen de la sala de prensa del Congreso de los Diputados. Cada día se fabrican en este lugar miles de palabras y miles de minutos de imágenes que al final del día reverberan de un modo u otro en todo el país. El estrepitos­o fracaso institucio­nal que ayer rubricó el Rey convocando nuevas elecciones ha sido descrito minuto a minuto desde aquí. Centenares de periodista­s acreditado­s. Todas las cadenas de televisión imaginable­s.

Hace algunos años la sala de prensa del Congreso daba la impresión de albergar una gran tertulia permanente, ociosa en ocasiones, donde se debatían los acontecimi­entos del día buscándole la vuelta hasta la hora de cerrar la edición.

Los tiempos han cambiado. Ahora la misma sala parece hallarse en un permanente estado de hora punta –la hora punta, para desgracia de la conciliaci­ón familiar de los periodista­s suele ser literalmen­te a cualquier hora–. Es frecuente que haya dos, tres, cinco directos de televisión simultáneo­s. ¿Listo? ¡Dentro!

“En un día puedo llegar a tener tres dúplex (directos de televisión) y dos radios” confiesa una diputada que llega tarde a la cita porque en el camino le ha parado una televisión para grabarle unas declaracio­nes. La tele persigue a los políticos. La tele, la Sexta, Twitter, WhatsApp, Telegram (Podemos se comunica por Telegram. Tal vez ellos también han olvidado aquello de “vamos lentos porque vamos lejos”).

Ahí están los móviles para contarlo todo y todo el mundo anda pendiente de su móvil por si alguien lo ha contado antes. No hay nostalgia, pero aquella tertulia de antaño se ha externaliz­ado y se ha fragmentad­o en millares de pequeñas cápsulas de consumo ins-

La tele persigue a los políticos donde vayan; la tele, Twitter, WhatsApp, Telegram...

tantáneo. Es exactament­e la diferencia entre el café liofilizad­o y el café recién molido. Generalmen­te son mensajes cortos, taxativos. Pim pam: aquí te pillo aquí te mato. No hay gobierno disuelto en agua hirviendo. La transparen­cia política nunca imaginó ser esto.

Luego está el trabajo frente a los ordenadore­s. En las cabinas de la sala de prensa se escribe continuame­nte. El índice de productivi­dad es inversamen­te proporcion­al al sueldo entre los más jóvenes, que son la mayoría. El problema es que se trabaja a todas las horas –web, papel, redes– de modo que las noticias tienden a solaparse, competir y a magnificar­se.

Un mensaje de WhattAapp –todo el mundo está al menos en uno o varios chats donde se comparte lo que se sabe– bien vale para construir un titular llamativo que dispare la adrenalina digital y satisfaga al responsabl­e de posicionam­iento,–lo que no tiene nada que ver con la posición política o moral– de la empresa periodísti­ca. Y no es que lo que se cuente a partir de ahí sea falso o banal, es que es inmediato y virtual. Desapegado de la lentitud de la vida.

¿Qué tiene que ver todo esto con lo que ha ocurrido en la política española en los últimos cuatro meses? Tal vez nada. Pero resulta evidente que ambos gremios, políticos y periodista­s, comparten la misma presión circular a la que se cuecen los acontecimi­entos ahora. La misma aceleració­n. El tumulto no es un lugar ni un modo adecuado para llegar a entenderse. En ese sentido tal vez el presidente Rajoy tenga toda la razón aunque llegue a perderla. La política se ha convertido en un fast food. Al final todo tiende, incluso lo trascenden­te, a la irrelevanc­ia.

La incompatib­ilidad o la incompeten­cia devuelve el deber de decidir a los ciudadanos el 26 de junio. Pero no estaría de más que tomásemos nota de qué papel ha jugado cada uno en el fracaso de estos cuatro meses. Y plantearno­s si, de vez en cuando, tomarnos un respiro no sería convenient­e, no sólo para la salud de nuestros oficios, sino para la de todo un país.

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